
Ya estaba todo preparado. Ya teníamos las maletas (casi) hechas para partir hacia un destino que nos hacía especial ilusión: Iraq. Lamentablemente, tres días antes de la salida, nos informaron de que el espacio aéreo iraquí se cerraba sine die. La decepción fue de órdago, pero una vez pasado el duelo, tomamos una decisión: dado que viajábamos vía Estambul, optamos por planear una ruta por Turquía. Y en dos días (y sobre la marcha un poco también), montamos un viaje por el país. Y la decisión no podría haber sido más acertada, porque Turquía nos encantó.

Nuestro periplo turco nos llevó a visitar Estambul en cuatro días, volar a Capadocia, donde visitamos la región en dos días, tomar un bus nocturno a Denizli, alquilar ahí un coche con el que visitamos Afrodisias y Pammukale, conducir al día siguiente hasta Efeso, hacer noche en el acogedor pueblo de Selçuk, dirigirnos hacia el sur hasta la bulliciosa Antalya donde pasamos dos noches, remontar la Costa Licia visitando Myra y haciendo dos noches en la tranquila Kas y, por último, tomar un ferry para pasar medio día en la sorprendente isla de Kastelórizo, territorio griego, antes de conducir de vuelta hasta el aeropuerto de Izmir desde donde volvimos a casa tras enlace en Estambul.
No fue el diseño de viaje ideal, ya que hicimos muchos kilómetros de más pero las circunstancias así nos lo marcaron. De haberlo planeado con tiempo, la mejor opción hubiera sido Estambul – Capadocia – Antalya – Costa Licia – Kas – Pammukale – Efeso – Izmir o Estambul. O viceversa. Tenedlo en cuenta si alguna vez os decidís a disfrutar de un tour en Anatolia.
Istanbul
No nos vamos a detener en describir nuestros días en esta increíble ciudad, ya que será objeto de una entrada aparte. Sólo deciros que en cuatro días tuvimos tiempo de experimentar un amplio muestrario de emociones por motivos diversos. Pero no adelantemos acontecimientos
Göreme

Un cómodo vuelo interno desde Estambul nos dejó en el aeropuerto de Kaiseri. De ahí, un transporte nos llevó ya de noche hasta la pequeña ciudad de Göreme, que es la base de operaciones para visitar la celebérrima región de la Capadocia. La sensación que tuvimos, y que se confirmó en los siguientes días, es de que era un sitio tomado por el turismo y en el que toda su identidad se había borrado en aras de recibir al visitante. Neones, atronadora música desde altavoces gigantes, restaurantes, bares, tiendas de souvenirs, de alquiler de coches o de tours… en fin. Aunque las primeras formas rocosas características de la zona ya nos dieron la bienvenida. Eso sí, los hoteles son en general muy bonitos y acogedores, algunos excavados en la roca (hotel / cueva les llaman) y el que habíamos reservado nosotros resultó ser una maravilla.

A la mañana siguiente, Isa y Fe de Viaje se dividió: Isa y nuestra compañera viajera María fueron a probar la experiencia de amanecer en el globo mientras que Fe prefirió quedarse en el hotel para ver desde ahí el panorama de los aerostatos. Y aún a riesgo de resultar cursi, diremos que resultó ser una experiencia mágica. Por pura casualidad, la localización de nuestro hotel era en lo más alto de la ciudad, así que el espectáculo que se pudo ver desde la terraza fue de un panorama de decenas de globos de todos los colores meciéndose lentamente en el aire más o menos cerca, mientras la luz del sol los iba iluminando e iba revelando a su vez los detalles de la ciudad debajo de nuestros pies. Increíble (más tarde nos confirmaron que ese día se elevaron unos 130 aerostatos).

En cuanto al paseo en globo sobre el amanecer de Göreme, colmó con creces todas nuestras expectativas. Ver amanecer mientras estás tranquilamente suspendido a centenares de metros del suelo, en silencio total salvo el ocasional sonido ronco del quemador, contemplar cómo se van dibujando las caprichosas formas de las rocas con las primeras luces, ver como lentamente los otros aerostatos multicolores te superan en altura o pasan tranquilamente a tu lado… una maravilla. Y además tuvimos suerte ya que el suave viento que soplaba esa mañana hizo que el aterrizaje fuera no muy lejos de donde despegamos; a veces no es así y los dos puntos distan unos cuantos centenares de metros. Y para rematar la jugada, nos recompensaron con un flamante diploma de vuelo, falsísimo pero muy divertido.
Capadocia, día 1

Dado el poco tiempo que tuvimos para preparar el viaje, decidimos no liarnos y reservar un par de tours guiados, uno para cada día que íbamos a pasar en Capadocia. Los tours son siempre los mismos, el Verde y el Rojo, independientemente de con qué compañía los contrates, que te llevan siempre a los grandes éxitos de la zona. Dejando aparte la maravilla que supone visitar los extraordinarios lugares de la Capadocia, no quedamos muy contentos con los tours. Primero, porque te paran en todas las tiendas y showrooms posibles para ver si picas y gastas (visitamos tiendas de joyas, de pieles, de especias, de cerámica…, un tostón), y segundo porque no te puedes quedar todo lo que quisieras en las visitas. Con esa experiencia, recomendaríamos al viajero o bien alquilar un coche (las carreteras están bien y tienen poco tráfico) o bien alquilar un taxi para el día.

Así que el primer día, después de que dos tercios de nuestra expedición volviera de montar en globo, nos embarcamos en el minibús que nos llevó a recorrer el tour verde. Empezamos con una impactante panorámica de Göreme desde una de los montes circundantes, donde admiramos las primeras caprichosas formaciones rocosas del valle. El guía nos explicó sobre la formación de las chimeneas de piedra arenisca (una sucesión de erupciones volcánicas, coladas de lava, inundaciones y erosión por el viento), y que las rocas habían sido usadas como vivienda por los cristianos del imperio romano que se instalaron en la zona en el siglo IV. Pudieron excavar en las chimeneas naturales gracias a la moldeabilidad de la piedra arenisca (aún se pueden ver puertas y ventanas aunque ya no viva nadie). También aprendimos que la etimología de Capadocia es «el lugar de los caballos salvajes». Bonito.

Entre tienda y tienda visitamos el Valle de las Palomas, donde toda la montaña está agujereada por miles de palomares excavados por los moradores del valle, ya que hasta hace poco sus habitantes basaban su economía en los fertilizantes que producían a partir de los excrementos de dichas aves. Y posteriormente hicimos parada, comimos y nos adentramos en el Valle de Ihlara, donde el río homónimo ha excavado unos imponentes cañones y discurre rodeado de una abundancia de vegetación inusual en la región. Bien. Pero lo que nos impresionó sobremanera fue la visita a Kaimakli Yeralti, un asombroso sistema de viviendas excavadas en la roca y que llegan hasta los nueve niveles de subterráneos. En este lugar, no apto para claustrofóbicos, recorrimos cientos de pasillos y salas comunes que conforman un verdadero laberinto, y que los cristianos de inicios del siglo III usaban para esconderse de los romanos en épocas convulsas (esa es la versión oficial, que, por lo que leímos, es bastante controvertida)
Capadocia, día 2

Tras admirar de nuevo el espectáculo del amanecer salpicado por cientos de globos aerostáticos sobre la terraza de nuestro hotel, un espectáculo que no nos cansaba, desayuno y embarcamos en el minibús para recorrer el Tour rojo. Esto ya fueron palabras mayores ya que es en esta ruta donde se encuentran los grandes éxitos de la Capadocia. Para empezar, una visita al Castillo de Uchisar, que es en realidad una imponente formación rocosa que recuerda un poco a una fortaleza medieval, que se levanta en lo alto de este pueblecito muy cercano a Göreme.

Pero el plato fuerte del tour fue, sin duda, Pasabag o el Valle de los Monjes. En este asombroso lugar, las erupciones volcánicas y la erosión de agua y viento jugaron a su capricho a lo largo de los siglos. y moldearon increíbles y caprichosas formaciones rocosas. Nos hubiéramos quedado toda la mañana admirando las figuras, tratando de buscar parecidos en las peculiares formas rocosas (ese risco podría ser una familia; aquella chimenea una seta; este conjunto parece un grupo de monjes orando) y subiendo a riscos y colinitas para tener diferentes perspectivas. Incluso pudimos entrar a algunas de ellas, ya que algunas chimeneas están horadadas en su interior. Pero lamentablemente el tiempo acuciaba para visitar la tienda de turno. Sin duda habrá que volver por tal de recuperar el tiempo perdido.

Tras la comida de rigor en el restaurante del primo del conductor, nos quedaban aún dos interesantísimas visitas. Primero, el valle de Zelve Oren, conocido también como el Museo al aire libre, que es un valle sin salida donde sus habitantes construyeron un asombroso sistema de viviendas , ágoras, basílicas y mezquitas excavadas en la roca arenisca de las montañas. Impresionante, pero de nuevo nos faltó tiempo para poderlo visitar a nuestro aire ya que además el complejo entero cubre un área bastante extensa. Tras el Museo, un par de lugares más para extasiarnos con las extravagantes formaciones rocosas: el Valle de Devrent, donde las caprichosas agujas pétreas se asemejan vagamente a animales o a personajes y puedes pasear entre ellas, y el Valle del Amor, que se observa desde un monte contiguo. Hay un poco de controversia sobre el por qué de tal nombre. La oficial es una bonita leyenda apócrifa acerca de amores imposibles, mientras que la popular es que las columnas de piedra parecen… vosotros mismos.
Para movernos de capadocia a Denizli, base de operaciones para visitar Pamukkale, optamos por viajar en el autobús nocturno. Decidimos que era la mejor manera de cubrir ese trayecto y tras 10 horas en unos asientos no del todo incómodos de duermevela o de sueño profundo, depende de a quién preguntéis, llegamos a la estación de Denizli, donde tras esperar a que abriera la agencia, recogimos el coche que habíamos alquilado.
Afrodisias

Nuestro siguiente destino era Pamukkale, lugar en donde íbamos a hacer noche. Es un corto trayecto en coche, de poco más de 20 minutos, pero decidimos dar un rodeo para visitar Afrodisias, unas ruinas grecorromanas (más romanas que greco) que son Patrimonio de la UNESCO, y la decisión no pudo ser más acertada. El conjunto arqueológico de Afrodisias es una consecución de monumentos romanos bastante bien conservados y que te permiten conocer a la perfección cómo era una ciudad romana a principios del primer milenio de nuestra era. La guía Lonely Planet aconsejaba hacer el recorrido circular en sentido antihorario para evitar grupos de visitantes y así lo hicimos, aunque al poco rato nos dimos cuenta de que no había casi nadie en el recinto. Ventajas de visitar maravillas fuera de los circuitos oficiales, suponemos.

De esta manera, casi en visita privada, pudimos admirar los impresionantes restos del Tetrapilonos o puerta de entrada, las esbeltas columnas del Templo de Afrodita, pasear por el trazado de antiguos talleres de escultura, imaginar el ocio de los ciudadanos en las termas o en el gimnasio, sentarnos en las gradas perfectamente conservadas del Odeón o del Anfiteatro, o extasiarnos ante el bellísimo Sebasteión, un templo dedicado a César Augusto, donde el culto a los dioses se mezclaba con la veneración a los emperadores y del que se conserva buena parte. Afrodisias resultó ser una magnífica e inesperada sorpresa.
Pammukale

Pamukkale ya fue harina de otro costal. Llegamos al pueblecito al mediodía y tras registrarnos en el hotel y echar una breve siesta (las horas de autobús y de coche empezaban a pesar), nos dirigimos hacia el recinto. Y ahí empezó una jornada de contradicciones. Para empezar, nos timaron en la taquilla ya que nos cobraron unas audio guías que no habíamos pedido, y no eran baratas (la fama de timadores y fulleros que tienen algunos turcos con los turistas no es baladí). Y tras reponernos de la bronca (oídos sordos por su parte) y del disgusto, nos encaminamos a los banquitos de entrada donde nos descalzamos y nos quitamos los calcetines, que es como hay que recorrer este espacio.

Objetivamente, no se puede negar que Pamukkale (significa castillo de algodón) es una maravilla visual. Se trata de una ladera en la que una falla liberó fuentes de aguas minerales (bicarbonato cálcico en su mayoría) que. al caer, fueron formando unas piscinas de calcita blanca y unas cascadas petrificadas que parecen hechas de blanquísimo mármol (de hecho al conjunto se le llama los travertinos). Hasta ahí, un lugar espectacular, un paisaje que parece de otro planeta. Lo malo es que actuaciones incontroladas por parte de las autoridades turcas hasta la declaración de Patrimonio de la UNESCO en 1988 degradaron bastante el conjunto, montando accesos de hormigón brutalistas y construyendo piscinas artificiales para intentar paliar expolios de termas naturales en el pasado. ¡Qué espectacular hubiera sido verlo hace 100 años! Además, las hordas de visitantes que llegan en rebaños en autocares en excursión de día desde Estambul abarrotan las piscinas superiores haciéndose absurdas fotos. Por suerte no se aventuran mucho más abajo ya que caminar por el recinto no es sencillo: hay que sortear charcas, piscinas y riachuelos de agua y caminar descalzo sobre el duro e irregular suelo.

Tras los travertinos, en la llanura que se extiende en lo alto de la colina pudimos visitar las ruinas de ciudad de Hierápolis, Una población griega que refundaron los romanos en el S II, como casi todas por esta zona, y que vivió sus momentos de esplendor gracias a los baños termales de la zona ¿Un resort vacacional romano? Algo así. Las ruinas no son tan espectaculares como las de Afrodisias o Éfeso, que veríamos al día siguiente pero tienen algunos elementos majestuosos aún en pie, como el Templo de Apolo o la Puerta de Domiciano, y se puede observar perfectamente el trazado de toda la ciudad (hay gente que sube a los montes aledaños para captarlo mejor). Pero la joya de la corona es el impresionante Anfiteatro, que los italianos están ayudando a restaurar y desde donde disfrutamos de una espectacular golden hour romana.

Volvimos a recorrer los travertinos cuesta abajo, ya sin las hordas de visitantes chinos y americanos, que ya marchaban camino de Estambul o de sus cruceros montados en sus autocares, y pudimos admirar una nueva perspectiva de las blanquísimas cascadas pétreas con una luz muy diferente en la puesta de sol. Y tras la cena en uno de los restaurantes del diminuto pueblo de Pammukale, con las vistas de los travertinos teñidos de absurdos colores gracias a unos potentes focos, fin de la jornada probando en el hotel una granada que nos regalaron en el restaurante. Ya nos habíamos dado cuenta de que esta fruta abunda en Turquía, pero por lo que nos explicaron es la que más se cultiva en esta región.
Efes (Éfeso)
El camino de Denizli hasta Éfeso, de unas dos horas y media en coche, discurría casi enteramente por una autopista nueva casi a estrenar. Tan nueva que se veían los carteles indicando las estaciones de servicio pero nada más que esplanadas detrás de ellos. Por suerte fuimos previsores y cargamos gasolina al salir. Y sin más incidentes llegamos al Sitio arqueológico de Éfeso, al que accedimos por el acceso norte, que era el que nos marcaba Google y resultó ser el más adecuado para la visita.

Mucho habíamos leído y visto de las ruinas de Éfeso, por lo que entramos con cierta precaución y expectación. Pero muy pronto nuestros reparos se disiparon. El Sitio arqueológico de Éfeso, patrimonio mundial de la UNESCO desde el 1988, nos permitió pasear por las extensas ruinas de la ciudad griega fundada en el S V a.C. y, como de costumbre, reurbanizada por los romanos en el S I d.C.. Es de esta época de cuando se conservan más restos como el odeón, la curiosa calle principal trazada en diagonal, bordeada por restos de templos y termas (tuvieron que hacer una excepción en el usual trazado ortogonal a causa de la orografía), el gigantesco anfiteatro restaurado de un modo discutible, o las plantas de las viviendas (hay unas cuantas visitables más que interesantes). Y acariciar a los gatos que retozan al sol sobre los restos milenarios, bastante ajenos al bullicio turístico a su alrededor.

Pero lo que más impresiona es, sin duda, la majestuosa Biblioteca de Celso, una fastuosa fachada que servía de entrada a la biblioteca de la ciudad y que se ha reconstruido en sus dos niveles. Intentamos hacer un ejercicio de abstracción de los de las selfies, de los grupos buscando la mejor ubicación para la foto y de los rebaños siguiendo al de la banderita y nos quedamos un buen rato admirando y paseando por este monumental conjunto, una de las imágenes icónicas ya no sólo de la región, sino de Turquía entera.
Selçuk

La ciudad de Selçuk (léase selchúc) es la base de operaciones para visitar Éfeso ya que está a tan sólo 4 Km de distancia, y para ello reservamos en un hotelito que estaba en la parte antigua de la ciudad, un bonito barrio tradicional otomano de casitas bajas y jardines interiores que se encarama por la colina a la que remata la antigua fortaleza. Llegamos bastante pasado el mediodía de nuestra visita al sitio arqueológico, pero no fue difícil encontrar un sitio para comer en un jardincillo de un hotelito. Supongo que están acostumbrados a recibir comensales a cualquier hora. Tras una buen tentempié de cocina local, nos dirigimos al Museo Arqueológico, sin otra pretensión que visitar su tienda de recuerdos ya que pasaba de la hora del cierre, pero por lo visto era nuestro día de suerte y nos encontramos con que ese día cerraban a las 10 de la noche y que además era gratuito. Así que pasamos un buen rato admirando todas sus salas, que básicamente recogen todos los hallazgos encontrados en Éfeso y en la zona, que no es poco ni mucho menos, y entre las que destacan dos curiosas esculturas de dos metros de la diosa Artemisa en perfecto estado, ya que según cuentan, se enterraron para sustraerlas de los expolios británicos, franceses y alemanes del siglo XIX .

Al día siguiente nos pusimos en marcha pronto, ya que teníamos un largo día de coche por delante, pero aprovechamos las tempranas horas para visitar algo que nos sorprendió: La Basílica de San Juan Bautista. A medio camino colina arriba, se trata del lugar en donde, según la leyenda, el Evangelista de Patmos se retiró de sus viajes acompañado de la Virgen María y donde años después murió. Aseguran que su tumba está por aquí también (no la encontramos, por lo que no pasaremos a la posteridad como Schliemann). Esta basílica fue un lugar de peregrinaje tan importante que en el período bizantino se fue ampliando hasta llegar a un tamaño casi tan grande como el de Santa Sofía, y las ruinas de su gigantesca planta cruciforme así lo atestiguan.

Su privilegiado emplazamiento de atalaya en la colina nos permitió admirar otros puntos de interés cercanos, como la Puerta de la Persecución, la Fortaleza Ayasuluk, la columna del Templo de Artemisa (así, en singular, porque de las 127 columnas que tenía esta Maravilla de la antigüedad sólo queda una), los restos del acueducto romano, hoy en día hogar de cigüeñas, o la contundente Mezquita de Issa Bey, que no pudimos visitar por estar en obras. Nos fuimos de Selçuk con la clara idea de que, aunque no tuviera el monumental reclamo turístico de Éfeso, esta tranquila población con sus callejones empedrados, su evocación otomana y sus acogedores cafés bien valdría una visita.
Antalya

Tras un corto trayecto en coche llegamos al aeropuerto de Izmir, donde un tercio de nuestro grupo tenía que tomar un avión: María debía volver a casa, y a partir de aquí viajaríamos solos. Así que montamos en el coche y nos preparamos para un trayecto hacia el sur. Este no tan corto, ya que tardamos cinco horas en llegar a Antalya, la capital de la Costa Turquesa y siguiente etapa de nuestro periplo. La llegada a la ciudad al caer la tarde fue un tanto caótica, con un tráfico agresivo y desatado, y tras superar un control de seguridad bastante laxo, entramos en el casco antiguo (en teoría no te dejan entrar si no eres vecino o no te hospedas ahí). Unas cuantas vueltas por callejones poco más anchos que nuestro coche nos dejó en nuestro hotelito. Poco hicimos esa noche, salvo pasear un rato por las callecitas, asomarnos a la inmensa bahía y tomar unas Efes y cenar en una acogedora terracita en un jardín interior de los que abundan en la zona.
Para nuestra segunda jornada en Antalya organizamos sobre la marcha un día bastante variado. Para empezar, algo cultural: El Museo Arqueológico de Antalya pasa por ser uno de los más importantes de todo Turquía, así que para allá nos fuimos. Y el medio de transporte que escogimos resultó bastante peculiar: los munícipes de la ciudad han rehabilitado un tranvía antiguo de madera para la línea 1, la que bordea el casco antiguo y llega hasta a playa, y en ese tranvía panorámico llegamos al Museo.

Antalya es una ciudad antiquísima, fundada por el rey griego Atalo en el SII a.C. Por aquí ha pasado todo el mundo: licios, griegos, macedonios, romanos, selyúcidas (no confundir con los seleúcidas; nos rompimos bastante la cabeza en este viaje hasta que aprendimos la diferencia) , bizantinos, otomanos… y de todos ellos hay muestras arqueológicas en este espectacular museo. Nos quedamos extasiados en varias salas: la de las majestuosas estatuas romanas, con sus emperadores y sus delicadas alegorías de diosas, la de los detalladísimos sarcófagos o la de los frisos, cada uno contando una historia mitológica. Y en la de las monedas, pero eso ya es una obsesión particular. Tienen tantas piezas que hasta en el jardín y en la cafetería hay estatuas o tumbas; puedes hasta tomarte un café sentado al lado de un musculoso Hércules.

A la salida del museo nos acercamos a la gigantesca playa de Konyaalti. De 4 km de extensión y flanqueada por escarpados montes, nos dio una idea del por qué esta localidad es un destino turístico tan potente. Teníamos reservado un tour guiado con un guía local para esa tarde, y en el dossier que nos pasó figuraba un listado de recomendaciones de restaurantes alejados de las trampas turísticas, así que nos decidimos por el que presumía tener el mejor falafel de la ciudad. Y no nos decepcionó, disfrutamos un montón de unos deliciosos falafel, hummus y fattush, muy atentos a la manera en cómo lo comían los parroquianos locales para hacer lo mismo que ellos y no desentonar.

El tour guiado resultó ser muy interesante y curioso. Empezamos en la Puerta de Adriano, que es la entrada a la ciudad vieja. Construida para homenajear la visita de este emperador en el año 130 d.C. y encastada en la muralla romana, se ha convertido en el símbolo de la ciudad. y paseamos por las calles del Kaleiçi (literalmente «dentro del castillo», es decir, intramuros) que conservan aún algunas de las típicas casas otomanas abalconadas. Nos pusimos un poco tristes con la explicación de los guías, que nos contaron que los propietarios las están vendiendo a grupos inmobiliarios o a hoteles ya que es muy caro rehabilitar las casas catalogadas, y temen que en unos años no quede una sola vivienda que sea particular. El signo de los tiempos y la globalización, qué le vamos a hacer…

El paseo nos llevó durante tres horas por las reviradas callejuelas del Kaleiçi y contemplamos la sincretista Mezquita del Sultán Aladdin, que mantiene la huella de los diferentes cultos a los que se ha dedicado el edificio y un curioso techo pintado con estrellas, EL Minarete Yivli, de curioso fuste acanalado, o los miradores sobre los antiguos puertos romanos, hoy reconvertidos en marinas deportivas con restaurantes de pescado. Y acabamos cenando en un curioso hostel, con las paredes forradas por altas estanterías repletas de libros de bolsillo y decorada con memorabilia viajera como banderones y mapas.
Antalya nos gustó mucho. Resultó ser una ciudad tranquila, paseable, bonita y acogedora en la que nos hubiera gustado haber podido alargar unos días más. Aunque no nos queremos ni imaginar como deben ser esas callejuelas en verano, atestadas de turistas británicos y rusos haciendo de las suyas. En fin, mejor no comprobarlo y quedarnos con las buenas sensaciones que nos llevamos.
Myra y la costa licia.

Al día siguiente, y tras hacer encaje de bolillos sacando el coche de las estrechas calles del Kaleiçi, nos encaminamos hacia nuestro siguiente destino: el pueblo de Kas (con cedilla en la «s» que se pronuncia sh) recorriendo la Costa Licia. Es esta costa una ruta muy frecuentada por caminantes a pie o por ciclistas que la convierten en una especie de Camino de Santiago laico, y que abarca unas costas espectaculares, pequeños pueblos costeros, playas de postal y numerosos restos arqueológicos. Y a uno de ellos nos encaminamos en nuestra ruta.Las tumbas licias de Myra, a las afueras de la ciudad de Demre son de los pocos restos que se conservan de esta enigmática civilización, que abarcó desde la época persa hasta la ocupación romana en el siglo I d.C. Se trata de una impresionante acumulación de tumbas rupestres que se encaraman por la ladera de la montaña y que pudimos disfrutar casi solos. Un par de ellas son visitables, pero la policromía o la ornamentación original desapareció hace mucho tiempo. A su lado, y también construido en la ladera, se levanta un gran teatro romano bastante bien conservado que nos dio otra perspectiva de las tumbas desde su cumbre.
Kas

Nos quedaban tan sólo dos noches en Turquía antes de nuestro vuelo de vuelta y había que decidir dónde pasar esos días. Barajamos varios pueblos entre Antalya y Esmirna, ciudad de la que partía nuestro avión, como Marmaris, Fetiye o Bodrum, pero finalmente nos decidimos por Kas, que pasa por ser el más bonito de la Costa Licia. y después del ajetreo y el sin parar del viaje, descansar un par de días, en este precioso pueblo, sin demasiado que hacer resultó un acierto total. Kas es un pequeño pueblo pesquero encajado entre altas montañas y que se organiza alrededor de su puerto. De su plaza principal en el «paseo marítimo» parten pequeñas callejuelas empedradas, algunas de ellas realmente bonitas, que albergan pequeños comercios de artesanía y acogedoras terrazas que visitamos concienzudamente.

Esos dos días los dedicamos, aparte de a no hacer nada, a recorrer las calles tranquilamente, a visitar alguna de sus idílicas playas (la Playa de Káputas, con sus gigantescos acantilados y sus aguas color turquesa es de cuento aunque nos tememos que debe ser un caos en la época estival: no tiene más de 30 plazas de aparcamiento), a comer en pequeños restaurantes emparrados, a curiosear en sus tiendecitas, a ver a sus confiados gatos retozar y corretear, y a presenciar la puesta de sol desde su anfiteatro romano (otro teatro, sí), donde se reúne la gente bien provista de bebidas y de espíritu contemplativo.

Kas nos pareció una maravilla de lugar, un sitio al que volver en un futuro y quedarnos más tiempo viendo el tiempo pasar, tomando vino blanco en una terraza con vistas a la bahía o jugando al rummy con los locales (el Rummy es el juego nacional, y no el backgammon como pensábamos). De hecho, así lo acordamos con el propietario de un restaurante cuando el total de la cuenta de la comida del último día resultó ser de 2025 liras turcas. Todo un signo serendípico. Kas y toda la Costa Licia entran por la puerta grande en nuestra lista de lugares a los que regresar algún día.
Epílogo: Kastelórizo

Se convirtió en una especie de obsesión para la mitad de Isa y Fe de Viaje visitar una isla griega en estas vacaciones, y por diversos motivos no pudimos realizarlo… hasta el mismísimo último día, ya casi en el tiempo de descuento cuando de buena mañana abordamos un ferry desde Kas para pasar medio día en la islita griega de Kastelórizo de tan sólo 12 Km2. También llamada Megisti, o Meis en turco, esta isla, que forma parte del archipiélago del Dodecaneso, es una anomalía geográfica ya que está a 500 Km de la Grecia continental y tan sólo a tres de la costa turca. Así que, tras pasar el trámite de aduanas, el ferry nos llevó de Turquía a Grecia en tan sólo veinte minutos.

La entrada a la bahía de Kastelórizo nos encantó. Las casitas de colores del puerto, que es casi toda la población, se reflejan en las aguas de un color azul casi celeste conformando un panorama de postal. El pueblo no son más de un par de calles que bordean la bahía, más un núcleo separado tras una colina. Precisamente esa colina la rematan las ruinas del Castillo de San Juan, construido por los templarios en el S XIV, y como parecía el único punto visitable de la isla y prometía buenas vistas (no teníamos ganas de pagar 30 euros para ir a una gruta azul y no teníamos tiempo de llegar al Monasterio de Agios Georgios, para el que hay que hacer una ruta) para ahí nos encaminamos.

El resto de la jornada lo dedicamos a pasear por el puerto, a contemplar una gigantesca tortuga marina que nos vino a saludar, a tomarnos una cerveza griega, para variar de las turcas (nos recomendaron la Alpha por encima de la celebérrima Mythos), a asombrarnos de cómo el gigantesco ferry de Rodas maniobraba en el puerto, y a comernos una espectacular moussaka al borde del mar, que se notara que estábamos en Grecia. Ah, y a pasar por aduanas y pedirles a los aduaneros que nos sellaran el pasaporte, cosa que hicieron no sin reírse un poco y que no hacía falta en absoluto, ¡pero otro para la colección!
Y se acabó lo que se daba. Ferry hasta Kas, de vuelta al aparcamiento del hotel a por el coche y a armarnos de paciencia ya que nos esperaban 6 horas de conducción hasta el pequeño aeropuerto de Izmir por carreteritas de las que uno diría que están siempre en obras. Noche en el aeropuerto del hotel y vuelo interno hasta el Internacional de Estambul donde tomaríamos nuestro vuelo original hasta Barcelona.
Tras dejar atrás la tremenda decepción que supuso la cancelación del viaje a Irak, realizar un tour por tierras turcas resultó la mejor de las decisiones, ya que conocimos un país apasionante, bellísimo, divertido, sorprendente, con toneladas de historia, con paisajes evocadores y, como diría el cursi, una encrucijada de civilizaciones que se manifiesta en sus gentes. Un inmenso país al que volveremos seguro ya que nos quedó muchísimo por ver. El este del país (Kars, el monte Nimrud, el Lago Van, Mersin, el mítico Ararat) ciudades como Konya o Ankara o visitar con más profundidad la costa turquesa y la licia serán parte del «Turquía Volumen 2».

El destino está escrito!!!!! Y este era el vuestro.
Resulta apasionante leer este relato, y como siempre poniéndonos los dientes largos.
Además veo que habéis incrementado la lista de UNESCOS jajajajaja.
Tomaremos nota 😉
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¡Pues nos gustó mucho! Y como íbamos con expectativas 0, resultó de lo más satisfactorio. ¡Muy recomendable!
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