Dos semanas en Japón

El majestuoso Tori flotante de Itsukushima, fin de nuestro viaje

Nuestro viaje de dos semanas por el increíble Japón ha sido una maravilla, uno de los mejores y más espectaculares que hemos hecho. Pero también ha resultado muy intenso ya que hemos visitado montones de sitios y vivido las más variadas situaciones. El resultado: un post mucho más extenso de lo habitual (los chicos de WordPress dicen que se tarda unos 45′ en leerlo. Casi nada).

Si os atrevéis a leerlo entero, ¡adelante valientes! A vuestros pies. Pinchad -aquí- o deslizad hasta pasar el índice. Si no, aquí os dejamos dicho índice enlazado para que podáis saltar a la parte que más os interese.

Arigato Gozaimazu!

(Nota: Hemos complementado el artículo con una entrada específica sobre curiosidades de Japón. Si os pica la curiosidad, echad un vistazo aquí).

TOKYO (1):

Estación central, Shinjuku, Golden Gai

Omoide Yokocho

TOKYO (2):

Senso Ji, Tokyo Skytree,

Estatua de Saigo Takamori, Tsujiki Market,

Meiji jingu, Omote Sando, Cruce de Shibuya,

Pachinko,

TOKYO (3)

Panorámica del Fuji, Tokyo Tower,

Barrio de Daimon, Jardines del Palacio

Imperial, Grandes almacenes

NIKKO:

Puente Shin Kyo, Rinno Ji, Tosho Gu,

Futarasan, Utsonomiya

TAKAYAMA:

Sanmachi Suji, Sakurayama Ji,

Mercado Miyagawa, Sake, Ternera de Hida

SHIRAKAWA GO:

Mirador, Casas Gashoo Zukuri

KANAZAWA:

Tori moderno, Taiko, Mercado Omicho,

Santuario Oyama, jardines del Castillo,

Puerta Ishikawa,Jardines Kenroku,

Museo de arte contemporáneo,

Higashi Shaya

KYOTO (1)

Fushimi Inari Taisha

KYOTO (2)

Bosque de bambú, Kinkaku Ji,

Mercado Nishiki, Higashima, Shoren In,

Parque Maruyama, Callejón Ponto Cho

KYOTO (3)

Torre de Kyoto, Food court

KYOTO (4)

To Ji, Ginkaku Ji, Sendero del filósofo,

Jardín zen de Nanzen Ji, Kiyomizu Dera,

Ponto Cho

NARA:

Ciervos Sika, Kofuku Ji, Todai Ji,

Daibutsu, Nigatsu Do, Kashuga Taisha,

Avenida de las linternas

HIMEJI:

Himeji Jo, Jardines Koko En

HIROSHIMA:

Cúpula de la bomba, Parque de la paz

MIYAJIMA:

Torii flotante, Templo de Itsukushima,

Ryokan

DÍA 1: TOKYO (1)

Panel informativo normalito. Los hay peores

Llegar a Tokyo es, digámoslo de manera suave, toda una experiencia. Tras recoger nuestro Japan Rail Pass en el aeropuerto (herramienta indispensable para el viajero), el tren exprés nos dejó en la Estación central de Tokyo, de nombre Tokyo, eso no lleva a confusión. Lo que sí nos confundió y de qué modo fue deambular por los pasillos y salas de la estación con esa cantidad ingente de estímulos visuales: carteles, enlaces, paneles, marquesinas… Suerte de Google maps, que nos dirigió hacia la salida correcta, no sin antes atravesar unas galerías comerciales bajo tierra de no menos de 100 tiendas y puestos. Primera toma de contacto con el exceso nipón.

La divertida red de metro de Tokyo

Tras llegar al hotel, en pleno barrio financiero de rascacielos al oeste de la estación, y al ver que ya era tarde para visitar alguna atracción (aprendimos que en Japón todo cierra hacia las 17h), nos decidimos por ir al barrio de Shinjuku, del que teníamos referencias de su vida nocturna. ¡Y vaya si la tiene! De nuevo en Tokyo Sta, comprendimos como funcionaba el monumental sistema de metro de la ciudad más poblada del mundo que, una vez descifrado tampoco es muy difícil (todo se basa en colores y letras de las líneas, número de las estaciones y estar atento a los enlaces).

El exceso sensorial de Shinjuku

Pero lo que si fue abrumador fue el aterrizaje en la estacion de Shinjuku. Más tarde nos enteramos de que es la estación con más trafico de pasajeros del mundo y la que más salidas tiene (unas 200). Y los que nos comentaron lo de la vida nocturna del barrio se quedaron cortos: ríos de gente, millares de edificios con luces de neón multicolor, estímulos por doquier… un tanto apabullante para unos debutantes en Tokyo, así que nos dirigimos hacia el vecino Golden Gai (Barrio Dorado) que es una pequeña cuadrícula laberíntica de casas bajas con diminutos bares para no más de cinco o seis personas. ¡Qué contraste! De inmediato, la paz del barrio nos calmó y nos tomamos una cerveza en uno de los pequeños locales (uno de los pocos que no te cargaba una tarifa de entrada). AL salir del barrio intentamos comer algo en el callejón Omoide Yococho, un peculiar pasaje lleno de pequeñas Izakaya (tabernas) dedicadas casi exclusivamente al yakitori, pero fue imposible ya que estaban todas a rebosar de americanos grandotes.

DÍA 2: TOKYO (2)

El segundo día lo íbamos a dedicar íntegramente a Tokyo, así que lo primero que hicimos fue comprar el pase de día del metro ya que nos íbamos a desplazar de punta a punta de la ciudad. Decidimos visitar primero el templo de Senso-ji, en el barrio de Akasusa, al norte de la Estación Central, que afirman es el más antiguo de Tokyo (su construcción se remonta al siglo VII). Al salir del metro, lo primero que nos impactó fue la visión de la inmensa Skytree, la torre de comunicaciones más alta del mundo con más de 600 metros de altura, aunque sospechamos que los pobres que eligieron subir a su mirador ese día no quedarían muy contentos, ya que la parte superior estaba completamente tapada por las nubes.

La puerta Kimnarimon y el inmenso shoshin

El templo de Senso-Ji resultó una magnífica introducción a los santuarios y templos japoneses. Su espectacular puerta de madera, la Kimanarimon, con su gigantesco farol vermellón (shoshin) colgando de ella daba paso a la calle Nakamisi, con una sucesión de puestecillos de souvenirs y comida que conducía al recinto principal. Paseamos por los patios y los edificios, admiramos la monumental pagoda de cinco pisos, y en su edificio principal aprendimos cómo usar los palitos del oráculo o-mikuji: consiste en agitar una cajita metálica y sacar de ella una varita con unos kanji impresos. Con la ayuda de una amable lugareña (los kanji no son nada fáciles de interpretar) abrimos el cajoncito correspondiente que nos dispensó la hoja que, traductor de Google mediante, nos predijo la fortuna para el viaje. Buena, como se podrá ver.

Presentando nuestros respetos a Saigo San

Nuestra siguiente parada tenía que ser el cercano Parque de Ueno. Según habíamos leído, es uno de los parques preferidos por los tokiotas par pasear y contemplar el momiji (la coloración rojiza – amarillenta – ocre de los árboles en el otoño japonés, que por lo visto es un espectáculo). Pero entre que llovía a cántaros y que el famoso momiji no aparecía aún por ningún lado, redujimos nuestra visita a ofrecer nuestros respetos al Último Samurai, ya que la estatua de Saigo Takamori preside majestuosa la entrada sur del parque. En yukata y paseando a su perrito, eso sí.

El culpable del descalabro financiero

Dado que el hambre empezaba a azuzar, nuestra siguiente visita fué el mercado al aire libre de Tsujiki. Hasta hace unos años era el lugar donde se celebraban las subastas del pescado y donde la gente acudía de madrugada a comer sushi bien fresco. La reordenación del barrio a causa de las olimpiadas de 2020 trasladó la lonja a las afueras y ahora el mercado es una curiosa sucesión de puestos al aire libre y pequeños restaurantes de pescado. Escogimos un par de puestos donde probamos la tortilla japonesa o tamagoyaki (sorpresa: ¡es dulce!) y la impresionante carne de Wagyu. Estaba para llorar de sabrosa y casi se derretía en la boca, pero también lloramos por el precio; aún no estábamos muy versados en el cambio Yen – Euro y el palo nos desestabilizó el presupuesto para un par de días. Tendríamos que haberlo sospechado cuando el cocinero pesó minuciosamente el paté de erizo que escogimos como topping.

Debut en los torii

Con la barriga llena, nos dirigimos al metro de nuevo para aparecer en una parte de Tokyo totalmente diferente: la zona de Omote Sando, el barrio de edificios de diseño y tiendas de lujo. Pero eso lo dejaríamos para después ya que nuestra idea era visitar primero el Santuario Meiji, una edificación en un frondoso parque, un bosque más bien, que cuesta creer que esté en pleno centro de la ciudad más poblada del mundo. A la entrada del parque, un gigantesco torii de madera (¡nuestro primer torii, chispas!) nos dio la bienvenida al recinto sagrado. Los torii son unas puertas que se alzan a la entrada de la mayoría de santuarios y que representan la transición de lo terrenal a lo sagrado, y tras franquearlo, paseamos entre árboles traídos de todas las prefecturas del país hasta el solemne Meiji jingu cuya puerta y diferentes dependencias están construídas casi totalmente en madera. Nos sentamos un buen rato en una esquina del patio, dándonos cuenta por primera vez de por qué el sintoísmo rinde culto a la naturaleza: la simbiosis entre el santuario y el entorno natural nos resultó perfecta.

El gentío en el cruce quíntuple de Shibuya

La paz espiritual del Meiji jingu nos había dejado preparados para la locura que nos esperaba. Recorrimos la exclusiva Omote Sando hasta llegar al famoso Cruce de Shibuya, del que dicen que es el más transitado del mundo. Y, en efecto, al final de una avenida de tiendas y neones se abría la intersección de Shibuya: cinco pasos de peatones que se abren a la vez y arrojan a una miríada de transeúntes a caminar a la vez. Dicen que entre viandantes, curiosos y fotografo como nosotros, más de un millón de personas llegan a cruzar por aquí en un día. Estuvimos un buen rato hipnotizados por esta locura desde la calle y desde el mirador de unas galerías (hay varios de ellos; el del Starbucks de primera fila es el más demandado) y luego recorrimos los cruces, como tine que ser, y nos topamos con la estatua de Hachiko, el perro que dicen que estuvo esperando en este mismo sitio a su amo fallecido durante nueve años, y que ahora sirve de punto de encuentro de la gente.

La locura de los salones de pachinko

Antes de coger el metro para volver a nuestro hotel, tuvimos otra prueba de lo peculiar de la sociedad nipona: entramos en un salón de pachinko en lo que resultó una experiencia bastante bizarra. El pachinko es un juego mitad pinball y mitad tragaperras en el que la gente se agolpa en filas y filas de maquinas en las que lanzas unas bolitas metálicas que, en medio de un sonido estentóreo y unas luces no aptas para epilépticos, van recorriendo la maquinita en círculos para colarse por unos agujeros que dan más o menos premios en formade más bolitas. Hasta ahí, bien. Decidimos jugar un rato, metimos 1000 yenes en una ranura que nos dispensó un montón de bolitas y ya sea por la suerte del novato o porque el oráculo de Senso-ji nos había bendecido, ganamos un montón de bolas. Tantas que la gente se paraba detrás de nuestra máquina y murmuraba cosas de no muy buen humor mientras observaba nuestra partida. Así que cuando nos cansamos de los estímulos del juego, la máquina nos escupió una tarjeta y la azafata de la sala nos acompaño a cambiarla por unos snacks, unas bebidas un puntito asquerosas y unas fichitas que, según leímos luego, se cambian por dinero en unas tiendas anexas. Y es que la ley japonesa, que prohibe el juego de azar, obliga a esta clase de subterfugios. Alucinante.

DÍA 3: NIKKO (Y UTSONOMIYA)

Tercer día de nuestra estancia en Tokyo. Decidimos salir de la megalópolis para visitar las maravillas de Nikko, un pequeño pueblo distante dos horas de la capital y cuyos templos encaramados en la montaña son tan importantes que la UNESCO los ha declarado patrimonio universal. Tras comprobar que nuestro JR Pass cubría todo el trayecto, un tren bala nos llevó hasta la ciudad de Utsonomiya y desde ahí, un cercanías que parecía un metro nos dejó en la pequeña estación de Nikko.

Puente a ninguna parte

Una única calle con casitas y comercios a ambos lados nos llevó en media hora de caminata al primero de los puntos de nuestro recorrido, el bellísimo Puente Shinkyo. Según leímos, es uno de los tres puentes más bonitos de Japón (nos encontramos a menudo esta calificación, uno de los tres más lo que sea de Japón. Curioso) y tiene una divertida particularidad: tienes que pagar para pasar por él pero no sirve para cruzar ya que el final está cortado. Para ese fin está el puente nuevo, desde donde todo el mundo se para y fotografía esta belleza.

El hondo de Rinno Ji

Un camino que se internaba en la montaña nos llevó tras una breve subida al recinto de templos de Nikko. Nos recibió el primer templo, el contundente Rinno-ji, de confesión budista y que cuyo hondo o salon principal alberga tres inmensos budas dorados de ocho metros que, junto a los correspondientes boddishavtas parecen reclamar un poco más de espacio. El templo data del siglo VIII y, para evitar que se repitan los frecuentes incendios que lo han afectado, se ha construído un curioso templito de hormigón detrás en el que pudimos asistir a la solemne ceremonia de cremación de ofrendas.

Los célebres monitos sabios

Pero ahora venía el plato fuerte del día e, incluso para algún miembro de Isa y Fe de viaje, del viaje entero. Tras subir por un camino de montaña durante unos veinte minutos llegamos a la explanada del brutal santuario sintoísta Tosho-Gu construído en el siglo XVII. La esbelta pagoda Gojunoto de cinco plantas daba paso al primero de los tori tras el que se encaramaba una escalinata que acababa en una plaza rodeada de maravillosos almacenes de madera (los tres monos sabios originales están tallados en el friso de uno de ellos), las shoro o torres de la campana y del tambor que simbolizan vida y muerte, centenares de linternas de piedra y el templo de Honji-do con el curioso fresco del dragón que llora.

La ornadísima puerta Yomeimon

Otro elegante tori nos llevó hasta la espectacular Puerta Yomeimon, ornamentada hasta lo imposible y que cuenta con un pilar al revés; por lo visto fue montado de esta manera para evitar la perfeccion total del conjunto. La puerta yomeimon da paso a otra explanada, esta más pequeñita pero rodeada de pabellones de madera con increíbles tallas y ornamentos dorados. Pudimos visitar uno de ellos y admirar las delicadas pinturas en los paneles de papel de arroz.

Una puertecita que vigila (poco) una simpática talla de un gato durmiendo, que tiene su contrapunto en el otro lado del dintel donde las tallas de unos pajaritos arman un buen escándalo, daba paso a un camino que, entre inmensos y centenarios cedros, llevaba hasta la tumba del shogun Tokugawa Ieasu. Sobrio y mezclado con la naturaleza, el mausoleo se convirtió en santuario tras su muerte.

Nos quedaba poco tiempo para volver al penúltimo tren (nunca hay que confiarse para coger el último), así que pasamos casi a la carrera por otro de los templos del recinto, el Futarasan Jinja mientras nos dábamos cuenta de que un par de días hubieran sido perfectos para visitar todas las maravillas de Nikko. Habrá que volver.

Las mejores gyoza (y dim sum) del mundo

El tren de Nikko enlazaba con el tren JR en la ciudad de Utsonomiya, de la que habíamos oído en podcasts que presume de ser el sitio donde cocinan las mejores gyoza de todo Japón. Así que sin dudarlo aprovechamos la escala y nos metimos en el primer restaurante que encontramos, un local más que discreto en la misma plaza de la estación que se llamaba Gyoza Kan (la casa de la gyoza). Pensamos que con ese nombre la apuesta no podía fallar, y efectivamente. ¡Vaya festival de gyoza y dim sum!. No sabemos si son las mejores del país pero seguro que fueron las más espectaculares que hemos probado.

DÍA 4: TAKAYAMA

Dado que íbamos a pasar unos días en los alpes japoneses antes de ir a Kyoto, decidimos enviar nuestro equipaje hacia esta ciudad y viajar con unas mochilas ligeras para no repetir la imagen tantas veces vista en Japón de turistas arrastrando inmensos maletones por diminutas estaciones de tren o autobús. Conocíamos por blogs que en Japón existe un servicio llamado Takkyubin que, por pocos yenes, te envía las maletas donde quieras. Así que nuestro hotel contactó con la empresa Yamato y nos envió a un kombini (tienda 24 h para todo) cercano a dejar el equipaje. No las teníamos todas con nosotros de abandonar nuestras maletas entre oniguiris, pinchos de pollo, bebidas y cafés. Pero la cosa funcionó con perfección japonesa, como no podía ser de otra manera.

Fantasía en forma de bento

El tren bala transbordaba en Nagoya para pasar a un regional, así que aprovechamos para ir a buscar algo para comer y darnos de bruces con nuestra primera experiencia en los gigantescos locales de comida para llevar de las estaciones japonesas. Entre filas y filas de comida de todos los colores y formas escogimos un bento (caja con compartimentos con multitud de platitos y sushi) muy barato y espectacular. Y es que, por lo que aprendimos en el viaje, es costumbre en Japón llevar algo de comer cuando vas a visitar a un amigo o pariente. De ahí la gran proliferación de este tipo de establecimientos.

Callecita de Takayama

Llegamos al mediodía a Takayama, una pequeña ciudad en la falda de los Alpes japoneses así que, tras dejar las mochilas en el hotel (hotel Alps, muy ocurrente) salimos rápido para aprovechar el par de horas de luz que nos quedaban. Ratito que dedicamos a pasear por las calles del barrio antiguo: una cuadrícula de antiguas casas de madera negra que se remontan al período Edo (siglos XVII al XIX), que en su momento albergaron talleres y pequeñas factorías y que hoy en día están conservadas y rehabilitadas por la prefectura dando lugar a una zona bonita y pintoresca. Hoy en día son negocios que se dedican a la artesanía o a bodegas que producen diversas variedades del sake local y que ofrecen degustaciones. En una de ellas nos dejamos llevar por un recorrido de sake de varios tipos y edades y aprendimos, entre traguito y traguito, la cantidad de variedades que existen (parecido a nuestro vino) y lo poco que conocemos de esta bebida en Europa.

Tremenda ternera de Hida en dos variedades

La caída de la noche era inminente, así que sólo nos dio tiempo de visitar el solitario Santuario de Sakurayama y tuvimos que dejar los museos locales para otra ocasión, bastante interesantes según leímos. Y viendo que la población local estaba dedicada ya a la cena (¡a las seis de la tarde!) fuimos a degustar la reputada ternera de Hida a un pequeño restaurante en donde te la asabas tú mismo en una pequeña parrilla en la barra. ¡Nos pareció un delicia! De vuelta al hotel, la mitad de Isa y Fe De Viaje se fue a disfrutar de su espectacular Onsen. Los Onsen son una institución en Japón. Se trata de baños comunitarios de agua caliente en los que se sigue un ritual de limpieza / purificación / relax y que pueden estar en comunidades, en hoteles o Ryokan como en este caso, en establecimientos propios o incluso al aire libre.

DÍA 5: SHIRAKAWAGO

Nos despertamos con una mala noticia: el bus que conectaba nuestra siguiente parada, Shirakawa Go con  la siguiente etapa del viaje, Kanazawa, estaba completo desde hacía un par de días. Así que reservamos plaza en el tren que va desde Toyama a Kanazawa y rezamos para que hubiera sitio en el bus a Toyama (cosa que sucedió, ese trayecto iba casi vacío)

Productos locales, en plástico, por supuesto

Aprovechamos la mañana para pasear por el entrañable Mercadillo Miyagawa, situado en la orilla del río y especializado en alimentos locales, útiles de cocina y en un muñequito llamado Sarubobo, representado en mil y un trajes y actividades. Y ya al mediodía embarcamos en el bus hacia Shirakawa Go que en su trayecto recorría los Alpes japoneses atravesando un paisaje de montaña espectacular por sus pasajes y su naturaleza. Comprendimos al punto el por qué el viajero inglés Walter Weston, allá  por el final del S. XIX, bautizó a esta imponente cadena montañosa que recorre el eje la isla de Honshu con el nombre de la cordillera europea.

Tejados Gassho

Shirakawa Go es un peculiar pueblecito encaramado a un valle de los Alpes que, junto a su vecino Goyakama, es patrimonio mundial de la UNESCO desde 1995. Y lo es debido a sus casitas construidas según la arquitectura gasshoo zukuri (manos de oración), esto es, densos  tejados hechos de paja y cañas y montados con un inclinación tal que repelen la nieve y combaten las terribles inclemencias invernales de la zona. Durante unas horas paseamos por entre las pintorescas casitas y subimos al mirador que nos permitió tener una visión general del lugar y observar que todas las casitas están orientadas siguiendo un mismo eje. Y nos explicaron una cosa curiosa: Los mismos vecinos  del pueblo son los encargados de restaurar los curiosos tejados a un ritmo de tres o cuatro por año, así que cada cuarenta años todas las cubiertas están reparadas. Y vuelta a empezar.

DÍA 6: KANAZAWA

El Tori postmoderno

Kanazawa es una importante ciudad costera al pie de los Alpes a la que llegamos tras un sencillo viaje de bus y Shinkanshen transbordando en Toyama (sede de uno de los mayores Buda de japón que no pudimos ver; queda para el próximo viaje) Llegamos ya casi al anochecer y recibidos con una fina lluvia, así que poco pudimos hacer más que admirar la Puerta de la estación (una espectacular rercreación moderna de un tori de madera), dar un paseíto por el margen del río hasta el Barrio de las geishas al que llegamos ya de noche y con todo cerrado; tocaría volver al día siguiente. Ya cerca del hotel entramos en un restaurante para deleitarnos con la especialidad local, el oden, un caldo en el que se le sumergen diversos ingredientes entre ellos una curiosa rosquilla de gluten, que al principio nos pareció pura grasa y que tenía tan mala pinta como delicioso sabor. Para no fiarte de las apariencias. Ah, y la deliciosa tempura de raiz de loto. ¡Vaya invento!

En pleno fragor del Taiko

Una tenue lluvia que nos acompañaría con más o menos intensidad durante todo el día nos recibió al salir del vetusto hotel que nos tocó en Kanazawa. En esta ciudad, los puntos de interés está bastante separados del centro (la estación de tren) y entre ellos, pero no vale la pena coger transportes, así que un paseo nos llevó hasta el primero, el Mercado Omicho, que aparte de ser un mercado tradicional de carne, pescado y fruta (envasada en plástico, por supuesto), tiene puestos de yakitori y marisco. Pero en la puerta principal, una agradabe sorpresa nos esperaba: fuimos testigos de la exibición – concurso de una tradicional manifestación cultural japonesa: el Taiko. Se trata de “conciertos” de diversos tambores – pequeños, medianos, grandes, gigantescos – que, coreografía mediante, ejecutan desde niños pequeños hasta señores mayores. Y todo esto con diversos equipos perfectamente uniformados y compenetrados. Resultó una experiencia emocionante.

El no-castillo

Tras comer un par de deliciosos croquetones de pulpo parados en la puerta del Omicho (en Japón no se puede comer caminando por la calle)  nos dirigimos hacia los jardines del Castillo de Kazanawa entrando por la puerta del magnifico Santuario Oyama. De este castillo se conservan sólo unas pocas ruínas, Pero ya sólo los pabellones y los almacenes que siguen en pie nos parecieron una maravilla ya que eran las primeras construcciones de este tipo que veíamos (torres blancas con tejados suavemente triangulares a varios niveles y montados en taludes de piedra). Para nosotros fue como si de un castillo enterito se tratara.

Jardín de belleza extraordinaria

Usamos la puerta Ishikawa-Mon para salir del recinto. Se trata de una imponente puerta reconstruída en el S. XVIII que mantiene intacto su aspecto original y que nos llevó a otro de los platos principales de la ciudad: los Jardines Kenroku. Inaugurados en el periodo Edo, nos pareció el parque perfecto. De hecho en Japón están considerados como uno de los tres más bonitos del país (otra vez el 3…) y se han ganado el título de “sitio nacional de belleza natural extraordinaria”. Sea lo que sea eso, lo cierto es que son unos jardines preciosos y pasamos una hora magnífica paseando entre caminos sinuosos, estanques que parecían dibujados, linternas de piedra (una de ellas, la Kotoji Toro es el símbolo del parque), puentecitos, árboles de forma perfecta y casas de té evocadoras.

Tras este empacho de belleza perfecta nos apetecía algo menos Edo, así que visitamos por fuera el interesante y rompedor edificio del  Museo de Arte Contemporaneo y paseamos por una divertido matsuri no sake, es decir, una feria de sake exactamente igual a nuestras ferias de vino o de cerveza, de las de ticket, copa y degustación por las diferntes casetas. En todos sitios cuecen habas.

La siguiente parada de nuestro periplo tenía que ser la Casa del Samurai, una reconstrucción de una vivenda de la época Edo, pero nos sonó a turistada para grupos así que decidimos tomarlo con calma y volver dando un paseo hasta el Barrio de Higashi Shaya, el de las Geishas, paseando por la agradable calle que bordea la muralla sur del parque, tomando un café frío de las máquinas expendedoras del que ya a estas alturas nos habíamos hecho devotos, y curioseando en las bonitas tiendas de recuerdos. En un de ellas una cosa nos fascinó: ¡podías lanzar estrellas shuriken a una pared!

«Geishas» en Higashi Chaya

Desembocamos en el Barrio Higashi Shaya cruzando el río, esta vez con luz solar, no como en el día anterior. El antiguo barrio de las Geishas es una reconstrucción más o menos fiel de las tres o cuatro calles donde hace años vivían estas mujeres y donde los hombres iban a “esparcirse”. Hoy en día, las casitas de madera de dos plantas albergan pequeños talleres, restaurantes cuquis o salones de ceremonia del té. Aunque no entramos a ninguno de ellos, pasear tranquilamente por las callecitas al caer de la tarde acompañados de las chicas locales con sus coloridos kimonos resultó evocador.

Volviendo al hotel tuvimos una epifanía: Nos topamos con una espléndida cervecería de las que escasean en Japón: de las de barra y mesas, nada de sofás rarunos, poca luz y humo de tabaco. Por supuesto estaba llena de occidentales pero nos hicimos un hueco en la barra y disfrutamos de las magníficas cervezas japonesas (Kirin y Sapporo son las que más nos gustan, que conste en acta.)

DÍA 7: KYOTO (1)

Kyoto, la antigua capital de Japón hasta el traslado de ésta a Tokyo al finalizar el período Edo (1868) es una ciudad superlativa . No tanto por sus dimensiones (no es mayor que Barcelona) sino por su potencia en cuanto a su herencia cultural, sus santuarios y templos, su tradición, su historia y su vida callejera. El resultado: una maravilla de ciudad. Con una personalodad arrolladora, cercana, agradable y muy paseable. Y es que ncreemos que valdría la pena un viaje a Japón sólo para visitar Kyoto.

Llegamos a la controvertida estación de Kyoto (lo de siempre en Japón, modernidad contra tradición) hacia el mediodía, así que entre localizar el hotel, llegar y comprobar que nuestras maletas habían aterrizado sanas y salvas desde Tokyo (como no podía ser de otra manera), sólo nos quedaban unas horas de luz. Así que decidimos que nuestra primera visita sería el monumental santuario de Fushimi Inari-Taisha.

El túnel de torii

Un breve trayecto en un tren de cercanías nos dejó a un paso del incio del santuario. Y decimos inicio porque si bien el santuario en sí sigue las bases clásicas de un recinto shinto (torii, puerta, espacio de abluciones y edificio principal o hondo), lo que venía después fue una de las experiencias más increíbles del viaje. Montaña arriba, a través de varios caminos que se extienden durante 4 Km, se suceden millares de torii  de color rojo intenso, a veces tan juntos unos de otros que parece que estuvieras caminando bajo un túnel bermellón. Leímos que los torii los encarga la gente que tiene negocios en Kyoto dado que el templo està dedicado a Inari, la diosa de las cosechas y por extensión de la prosperidad. ¡Y se cuentan hasta 10.000 de ellos!

Kitsune con el mensaje de Inari en las fauces

Había muchísima gente al inicio del recorrido haciendo fotos y selfis, pero sea porque se cansaron o porque los guías de grupo decidieron que ya era suficiante, en el primer descanso e la ascensión se dieron la vuelta casi todos, así que pudimos disfrutar de la magnificencia del santuario montaña arriba casi solos. En el recorrido vimos cientos de estatuas del zorro Kitsuné (el mensajero de Inari y símbolo del santuario) y pequeños altares con multitud de mini torii. Y nos fascinó la manera con la que se mezclaba el rojo intenso de los torii con el verde de la naturaleza y el gris de la piedra. Espectacular.

DÍA 8: KYOTO (2)

Bambús gigantescos

Este día lo íbamos a dedicar enteramente a visitar Kyoto, así que lo primero que hicimos fué comprar un pase de día de metro y tren (error: tendríamos que haber comprado el combinado con bus ya que lo usamos bastante) y dirigirnos de buena mañana a las afueras de Kyoto, a Arashiyama, el Bosque de bambú. Se trata de un denso bosque de estos arbustos, que aquí llegan a superar los 15 metros. Un par de caminos te conducen entre ellos. resultó ciertamente una imagen impactante, pero la cantidad de visitantes que había hizo que la experiencia nos resultara un poco aguada. Tanto que no nos apeteció visitar las casas tradicionales que se levantan al final del recorrido.

Reflejos dorados

La siguiente visita resultó mucho más satisfactoria. Un corto trayecto de bus nos llevo al impresionante Kinkaku-Ji o Templo Dorado. Forrado con láminas de pan de oro, parece flotar majestuosamente sobre el estanque en el que se asienta y su brillo se refleja en el agua. Se construyó como pabellón de descanso de un shogun del S. XIV, y tras la muerte de éste, el recinto se santificó en su memoria. Es el símbolo de la Ciudad y nos quedamos un buen rato contemplándolo y disfrutando de esta maravillosa visión, a pesar de las riadas de turistas que se hacían la foto y se Iban casi sin mirarlo. Cosas sorprendentes y a la vez trágicas del turismo moderno.

Castañeras en Nishiki

Tocaba comer, así que nos montamos en un autobús que iba hacia el centro de la ciudad para llegar al concurrido Mercado de Nishiki. Situado a unas pocas manzanas de la estación central y en pleno barrio comercial, se trata de una larga galeria, animada, colorida y con todos los olores imaginables, en la que se vende una gran variedad de comida rapida en diminutos puestecitos o yatai. Nosotros optamos por unos yakitori (pinchos de pollo) con salsa teriyaki, muy baratos y unas cervezas, muy caras.

Naturaleza y pabellones

Para la tarde escogimos dar un paseo por la zona de Higashiyama. Kyoto es una ciudad totalmente rodeada por colinas, así que a la que te alejas del centro empiezas a subir por alguna. Este es el caso del barrio de Higashiyama, una bonita zona residencial al este de la Ciudad. Y ahí visitamos el Santuario Shoren-In, un precioso espacio de pabellones de madera visitables entre jardines perfectos. Un ejemplo perfecto de lo que es la filosofía / religión Shinto: la perfecta conjunción entre la naturaleza y el ser humano y que, al ser zona muy poco visitada por la turistada, nos resultó un remanso de paz y tranquilidad. Nos dimos cuenta que en Kyoto hay tanto para ver, que algunos lugares magníficos están prácticamente vacíos.

Volvimos al hotel dando un paseo por el parque urbano de Maruyama (más templos, jardines, estanques…) por el Barrio de Gion, el de las Geishas, y por la pintoresca Ponto-Cho, una larga y estrecha callejuela paralela al río Kamo en donde se agolpan restaurantes y bares y es un centro de la vida nocturna de Kyoto. Nos premiamos con una cerveza en una Izakaya moderna y tomamos nota mental para ir a cenar a alguno de los interesantes locales en nuestra despedida de Kyoto.

DÍA 9: NARA

Amigos y residentes en Nara

Nos apetecía una visita fuera de Kyoto para este día y escogimos Nara. Se trata de una pequeña ciudad a una hora en tren de Kyoto y que fue la capital imperial de Japón en el S. VIII, antes de que ésta se trasladara a Kyoto. Y de esta época son la gran cantidad de templos y santuarios que abundan en la ciudad. Lo primero que sorprende de Nara es la cantidad de ciervos sika que trotan por sus calles y parques. Son muy dóciles (aunque hay carteles bastante cachondos diciendo que no te confíes; te pueden cocear o cornear si se enfadan) y la gente se divierte dándoles unes galletas especiales llamadas sembei y haciéndose selfis con ellos.

Atascado buscando la sabiduría

La cantidad de templos que hay en Nara (patrimonio de la UNESCO bien merecido) hizo que nos llevara prácticamente todo el día visitarlos. Tras pasar  bajo la gran pagoda y rodear el curioso templo circular del complejo  Kofuku Ji nos dirigimos hacia el primer plato fuerte de la jornada, el espectacular Todai-Ji. Este templo budista es la construcción en madera más grande del mundo, y llegó a ser un tercio más grande que en la actualidad antes de que ardiera y se reconstruyera en el S.XVIII. El templo alberga un gigantesco buda, el impresionante Daibutsu, que mide 15 metros y que descansa relajado guardado por dos grandes Nio, demonios danzantes de 9 metros. Y una curiosidad: en la base de una de las gigntescas columnas de madera del templo hay un hueco del tamaño del de la nariz del Buda: la leyenda dice que quien sea capaz de atravesarlo tendrá una vida futura plena en sabiduría. Había  gente que lo lograba y otros que tenían serios problemas y necesitaban de ayudas externas. Suponemos que a estos últimos les esperaba una vida normalita.

Cada lamparita es un deseo / promesa

Dejamos atrás el Todai Ji y tras admirar las vistas desde el santuario Nigatsu Do rodeados de ciervos y de hordas de pequeños escolares (curiosidad: como van todos con uniformes parecidos, les ponen gorras de distinto color para cada cole. Ingenioso), atravesamos un bosque para ir al otro gran punto de interés de Nara: el Santuario Kasuga Taisha. Nos encontramos conuna multitud en la puerta cuando llegamos, pero por suerte la gran mayoría de la gente se conformó con visitar el recinto central y renuncio a la parte de pago (500 yenes = 3 euros, que valieron mucho la pena ya que lo recorrimos casi solos). Los pabellones están decorados con miles de lámparas de bronce que los devotos encargan y cuelgan. Pero lo más espectacular resultó el camino entre la Puerta de entrada y el primer torii:una ancha avenida de un kilómetro de longitud flanquejada por centenares de lámparas de piedra de todos los tamaños y formas que, contra el fondo de los frondosos árboles y los ciervos correteando, creaban un escenario fascinante.

Color raruno para una cerveza…

Cuando volvimos a Kyoto ya estaba anocheciendo y todos los sitios para visitar o cerraban o estaban cerrando. Así que subimos a la Torre de Kyoto, un mirador en las alturas parecido a un platillo volante muy cerca de la estación donde, por pocos yenes, pudimos contemplar unas magníficas vistas del anochecer en la Ciudad. Y en el food court de su planta baja, «deleitarnos» con una cerveza de mochi de un sospechoso verde intenso. Y nos pareció curioso el funcionamiento del lugar: dejabas tus cosas en la mesa del patio central (mochila, cámara, chaqueta…) y te ibas a pedir la comanda al puesto que escogieras. Como para implementarlo en España…

DIA 10 HIMEJI

El castillo flotante

Nueva jornada, nuevo tren bala y nueva excursión de día. En esta ocasión nos dirigimos hacia el sur para, en un poco más de una hora llegar a la Ciudad de Himeji, donde hay un lugar qué teníamos muchas ganas de visitar. El Castillo Himeji o Himeji-Jo. Se trata del castillo más paradigmático y mejor conservado de todo el país. Construído en el S XIV casi enteramente en madera, sus cinco niveles de muros blancos y tejados ondulados se elevan sobre un talud de piedras hasta los 50 m y parece literalmente que esté flotando sobre los jardines de su gigantesco recinto. Una maravilla. De hecho, esta imagen ha dado lugar al nombre popular del castillo: Shirasagi Jo, el Castillo de la Garza Blanca.

Vigilando a los vigilantes del fuego

Durante un par de horas paseamos por sus murallas, visitamos sus pabellones y jardines y atravesamos los fosos concéntricos (los maru) y ya en el recinto principal escalamos, más que subimos, hasta el piso mas alto del castillo por una empinadísima escalera de madera. Desde sus troneras y entre las figuras de los shachihoko (los remates de los tejados, curiosas criaturas medio pez medio tigre que protegen de los fuegos) se dominaba prácticamente toda la prefectura.

Tras la intensa visita nos apetecía un poco de relax, así que nos dirigimos a los Jardines Kokoen, que están pegados a la muralla del castillo pero exrtamuros. Se trata de un curioso proyecto: han reconstruído una casa y sus jardines a partir de los hallazgos arqueológicos de la finca de un shogun. Y lo cierto es que el resultado es una maravilla. Bueno, aún estan en ello ya que pudimos ver a una brigada de jardineros en acción cuidando los parterres con el máximo esmero y mimo japonés.

La Golden hour es siempre agradecida

De vuelta a Kyoto, dado que quedaba poco tiempo de claridad, aprovechamos para visitar los templos de To-Ji, que están a quince minutos a pie desde la estación central. Este recinto, del S. VIII, es el  principal centro de culto budista de la Ciudad en la actualidad, y visitar sus grandes pabellones de madera en donde sólo había meditantes y orantes, y contemplar su imponente pagoda de madera de cinco pisos, que es uno de los símbolos de la ciudad, bajo la resultona luz de la Golden Hour fué un momento casi mágico.

DÍA 11 KYOTO (4)

Para el último día en la maravillosa Kyoto nos decidimos por la parte Noreste de la ciudad, aún sabiendo que nos dejábamos un montón de sitios por visitar. Quedarán para la próxima visita.

Un agradable trayecto en bus nos llevo por la zona universitaria hasta cerca del recinto de Ginkaku-Ji o templo plateado. Una animada calle de tiendecitas nos condujo a la puerta de este santuario cuyo mayor atractivo resultaron los jardines. Al estar en la falda de la colina, aprovecha la naturaleza para envolver el pabellón (que no es plateado, sino de madera oscura. El nombre se le dio para diferenciarlo del Templo Dorado) creando un espacio muy armonioso. Pero Bueno, no dejó de ser más estanques, más puentecitos, más senderos cuidadísimos, más bambú gigante…

Paseo para filosofar

Mucho más nos gustó el Tetsugasu no Michi, o Sendero del filosofo. Parte de la Puerta de Ginkaku Ji hacia el sur y se trata de un precioso caminito empedrado que bordea un canal y que durante un par de kilómetros discurre entre casitas bajas convertidas en talleres de artesania, puentes, cerezos (sin flor por la época del año) pequeños cafés de diseño y, como no, templos. Es tan pintoresco que muchas parejas de recien casados acuden a hacerse fotos. Por el recorrido se podían ver piedras con pensamientos grabados de Kitaro, el filosofo en cuestión.

Serenidad zen

Desde que llegamos a Japón teníamos muchas ganas de ver un jardín zen autentico e imbuirnos de la paz y serenidad que desprenden. El problema es que el más famoso de Kyoto, el de Ryoan-ji està siempre atestado de turistas cortarrollos haciendo miles de fotos y empujándote para que no salgas en su selfi, así que optamos por visitar el del templo de Nanzen Ji, más modestito pero menos conocido. La decisión resultó ser todo un éxito porque lo disfrutamos pràcticamente solos y durante el tiempo que quisimos paseamos junto a los tres jardines y nos pudimos sentar a contemplarlos a voluntad. Al salir, pasamos bajo la impresionante mole de madera que es la puerta del santuario, una de las mayores de Japón hecha de este material. Se puede subir a ella, pero el precio nos pareció un tanto abusivo.

Sobredosis de bermellón

El resto de horas que quedaban de luz solar lo dedicamos a la experiencia abrumadora que resulta visitar el complejo de santuarios y templos de Kyomizu Dera, el que, según leímos, es el templo más venerado de JApón. Y algo intuímos al respecto cuando al bajar del bus y enfilar la calle que sube hasta el complejo nos envolvió un gentío tal que tuvimos que avanzar a paso procesión. Pero al llegar a la puerta, la sensación de agobio se desvaneció: al final de una escalinata se levantaban unos templos y pagodas impresionantes pintados con una increíble profusion de colores, con el bermellón como dominante. También era impresionante la cantidad de gente, muchos ataviados con el festivo kimono. Pero afortunadamente el número de personas disminuyó drasticamente a partir de la zona de pago.

Koyasuto se presta a los selfis cursis

Kyomizu Dera es un templo sincretista, y como tal hay salas de culto budista, sintoírta, y espacio para tradiciones y supersticiones como las populares piedra de la fortuna en el amor o la fuente de la larga vida. Y el regalo final fue un paseo por la falda de la montaña hasta la preciosa y fotogenica pagoda Koyasuto de tres pisos, donde, tenemos que confessar, cayeron unos cuantos selfis. Y otro puñado de fotos le dedicamos al atardecer sobre la Ciudad desde las brutales terrazas de observación.

Bajamos de la colina de Kyomizu atravesando el barrio de Gion, el barrio de las geishas, aunque ya estaba cerrando y no llegamos a entrar en ninguna de las tiendecitas que proliferan en la zona. Y como ya habíamos planeado, nos dimos un homenaje de sushi y tempura en un restaurante tradicional que nos encantó en la pintoresca y animadísima callejuela Ponto Cho. Oishi!

DÍA 12 HIROSHIMA

Dado que nuestra siguiente etapa era hacia el sur, metimos un par de cosas en una mochilita y enviamos nuestras maletas hacia el siguiente hotel en Tokyo, hacia el norte. Esta vez no tuvimos que ir a un Kombini ya que por suerte en el hotel nos lo gestionaron, así que en pocos minutos estábamos cómodamente sentados en el JR dirección Hiroshima. Un tren temático, por cierto, de los que hay varios en todas las líneas. El nuestro, de la línea Okayama era…. ¡de Hello Kitty!

La cúpula de la bomba. Sobrecogedor.

Hiroshima es una Ciudad dinàmica y moderna, aunque prácticamente todo el mundo que la visita es por el mismo motivo: para contemplar los vestigios de la explosión de la bomba atómica lanzada por los EEUU en 1945. El tren llegó en un par de horas y un corto trayecto de tranvía nos dejó en el Parque de la Paz. Lo primero que vimos fue lo que quizás sea la imagen más icónica de Hiroshima: el sobrecogedor edificio en ruinas con la estructura metálica de una gran cúpula. Se trataba de la llamada Cúpula de la bomba, un gran edificio construído para la expo universal de 1911 cuyas ruinas quedaron de pie a pesar de que la bomba atòmica exploto a pocos metros de aquí. Se decidió mentenerlo intacto como símbolo de lo que sucedio, y pudimos ver a su alrededor los carteles que mostraban el antes y el después de la explosión. Terrible.

El sobrecogedor monumento de los niños

Un poco más allà se extendía el resto del parque. Se notaba que el ambiente pesaba porque la gente deambulaba en silencio por los memoriales que se suceden en el parque, como el cenotafio con los nombres de los ciudadanos muertos o el monumento de Sadako, la nina que, enferma de leucemia, se propuso confeccionar mil grullas de origami. La pobrecita no llegó a completarlo. Tambien vimos la llama que se mantiene encendida mientras haya armas nucleares en el mundo. Pinta que no se va a apagar en un tiempo.

Nos pareció curioso ver numerosos grupos de estadounidenses de edad avanzada atendiendo a las explicaciones de los guías en total recogimiento. Parecía que quisieran expiar sus sentimientos de culpa. Aunque después no se resistían a las selfies o a las fotos de grupo con el monumento detrás. El parque lo cerraba el Museo de la Bomba, que no pudimos ver por falta de tiempo. Aunque creo que igualmente no hubíeramos entrado de disponer de más horas.

DÍA 12 MIYAJIMA

El maravilloso torii flotante

Un autobús, un metro abierto y un tren nos dejaron en el muelle de los Ferrys que llevan a la isla de Miyajima, nuestra última etapa en el viaje poe Japón. Una corta singladura por un mar calmado nos llevó hasta el muelle de la isla. Era ya tarde, con lo que casi toda la gente estaba volviendo hacia Hiroshima de su excursión de día (hay pocos alojamientos en la isla). La principal atracción de Miyajima es el templo de Itsukushima, una maravilla de complejo sagrado del S XII compuesto por pabellones y pasarelas de madera, construido en la playa y que con la marea alta queda totalmente rodeado por el mar. Y por supuesto, el celebérrimo torii flotante, el más bonito y bien conservado del país. El templo ya estaba cerrado, así que nos sentamos en un banco del paseo para contemplar largamente el torii, a medida que la luz se apagaba y la marea iba subiendo. Sin duda fue una de las experiencias del viaje.

Qué elegante queda el Yukata, oye.

Para esa noche teníamos reservado un ryokan. Y es que no podíamos irnos de Japón sin alojarnos en uno de estos hoteles tradicionales. Se trataba de un pequeño edificio encaramado en la colina con unes preciosas habitaciones de tatami y paneles de madera. Al llegar a nuestra  habitación nos hicieron una miniceremonia del té y nos invitaron a bajar al onsen con los yukata que nos prestaron (una ropa de andar por casa bien elegante; mezcla de bata y kimono). Y para cenar, nos esperava una sorpresa: un fastuoso kaiseki (una sucesión de platillos que te preparan y ceremonian en la mesa). sucedió que desconocíamos qué eran muchos de los platos que nos pusieron, pero qué más daba, estaba todo delicioso. Y al volver a nuestra habitación, habían retirado la mesa del té y habían preparado la cama en el suelo. Muy bonito y tradicional, perfecto para instagram pero bastante incomodo, la verdad.

DÍA 13 MIYAJIMA – TOKYO (3)

Itsukushima con la marea alta de la mañana

Al día siguiente dejamos pronto el Ryokan para poder ver el santuario de Itsukushima y el torii con la marea alta (en el hotel tienen el horario de las mareas) y visitarlo antes de que llegara el primer ferry. Y fue un acierto ya que resultó una maravilla pasear por las pasarelas casi inundadas, contemplar los pabellones que se reflejaban en el mar y extasiarse ante el maravilloso torii flotando en la bahía. Y nuestra decisión madrugadora se vio reforzada al ver cuando salíamos la interminable cola que se extendía prácticamente hasta la terminal de los ferrys.

Fue una lástima irse tan pronto de Miyajima, ya que sentíamos que hubiera valido la pena quedarse dos o tres noches. Aparte de que la isla era un remanso de tranquilidad (sobretodo cuando se va el último ferry) había muchas excursiones que hacer, santuarios que visitar y teleféricos que remontar. Otra cosa que quedaba para la pròxima.

El Monte Fuji. Encantados de conocerle

La vuelta a Tokio fue larga pero provechosa ya que tuvimos la supersuerte de ver el monte Fuji, la montaña sagrada de los japoneses, desde el tren y en bastante buenas condiciones de visbilidad. Unas seis horas combinando ferry, trenes y Shinkansen nos hizo llegar a nuestro hotel al atardecer, donde como era de esperar nuestras maletas nos esperaban sanas y salvas.

¿Fotograma de Lost in translation?

Con todo cerrado y cayendo ya la noche, decidimos visitar un punto de observación elevado. Descartada la Skytree y el mirador gratuito del ayuntamiento de Shinjuku (no nos apetecía ir tan lejos), la candidata ganadora fue la Tokyo Tower, que además se encontraba en la misma linea de metro, la Asakusa, que nuestro hotel. Se trata de una antigua torre de comunicaciones con la curiosa forma de la Torre Eiffel parisina, aunque pintada de rojo y blanco, y con un mirador a los 250m (hay otro bastante más caro a los 350m, pero decidimos que no haría falta). Las vistas de los rascacielos de noche fueron impresionantes, parecíamos estar dentro de la peli de Lost in translation.

Cenamos en el cercano barrio de Daimon, que tiene un montón de pequeños locales de ramen, de estos que tú mismo te montas el plato en la máquina de pedidos (fideo fino o gordo, más o meos hecho, salsa más o menos picante, tipo de la carne, etc). Al parecer escogimos el sitio adecuado ya que los que tomamos estaban buenísimos. O seguramente todos lo estuvieran; llegamos a la conclusión que los japoneses son incapaces de presentar o servir algo malo.

DÍA 14 – NOS VAMOS

La esquinita del Palacio que pudimos ver

Poco tiempo nos quedaba esa mañana antes de coger el tren hacia aeropuerto de Narita, así que intentamos ir a los jardines del Palacio Imperial que quedaban cerca de la estación central, aunque sin suerte: cerrados los lunes (tomad nota para vuestros futuros viajes). Dimos una vuelta por fuera y entramos en unos grandes almacenes de la estación para matar el tiempo. Y quedamos alucinados de la cantidad de artículos, gadgets y cosas curiosas para viajar que tenían. ¡Una planta entera!. Japón sorprendiendo hasta el último minuto.

Y ya no nos quedaba más que coger el metro express (no demasiado express, una hora y media…) hasta el aeropuerto de Narita. Pensando ya y muy fuerte en por dónde va a discurrir el viaje Japón vol. 2. Porque por supuesto volveremos a este fascinante país del que queda tantísimo por ver y visitar.

6 comentarios en “Dos semanas en Japón

  1. Avatar de Mila

    Ufffff me lo he leído del tirón, me parece fascinante Japón, algún día lo visitaremos, aunque me parece muy complicado osea organizar 😅
    Pero si se da el caso ya os preguntaré jajajajaja
    Un gran relato chicos
    😘😘

    Le gusta a 1 persona

  2. Avatar de Carmen Montil

    Me ha gustado mucho leer vuestro relato sobre Japón. Es uno de los países que más ganas tengo de conocer. Y algún día espero cumplir ese sueño. Un abrazo para los dos.

    Le gusta a 1 persona

  3. Avatar de Montse

    M’ha agradat molt llegir el vostre relat, m’ha portat vuit anys enrere i he reviscut el meu viatge.
    Us felicito pel blog, ho feu molt bé!

    Le gusta a 1 persona

  4. Avatar de Ricardo Donoso

    Magnífico relato y muy amena la lectura, con abundante información de lugares de interés y con ese toque de humor vuestro tan característico 😉. Espero visitar pronto este país tan especial y unico, y cuando suceda pediros consejo. Enhorabuena chicos!!

    Me gusta

Replica a Carmen Montil Cancelar la respuesta

search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close