Jordania, más allá de Petra

Un castillo en pleno desierto

Hemos viajado en: marzo 22

Hemos viajado con: Pangea bcn

Hemos estado: 6 días

Lugares visitados en este viaje:

  • Amman
  • El Castillo de Ajloun
  • Las ruínas de Jerash
  • Los castillos del desierto
  • EL Mar Muerto
  • Los mosaicos de Madaba
  • Monte Nebo
  • Wadi Musa
  • Petra
  • Desierto de Wadi Rum

Jordania, o mejor dicho el Reino Hashemita de Jordania (su nombre oficial y que no dejan de recordarte todo el tiempo los locales) es mucho más que la celebérrima Petra. Es un país que rebosa historia, cultura y mezcla de civilizaciones y religiones que se hacen patente en cualquier punto de su geografía. Puede sonar a tópico, pero es que por este pequeño territorio han pasado nabateos, egipcios, griegos, romanos, bizantinos, mongoles, omeyas, cruzados, turcos… hasta el actual reino Hashemita, que acaba de cumplir 100 años. Y absolutamente todos han dejado su huella y su legado.

Hemos estado 6 días en el país y nos ha sabido a poco ya que nos han quedado bastantes sitios por visitar. Pero ha sido suficiente, de momento, para tener una idea bastante buena de lo que Jordania puede ofrecer al visitante.

Amman

la mezquita del Rey Abdallah, inconfundible en el skyline de Amman

Amman, la antigua ciudad de las siete colinas, (hoy en día se extiende por más de 22) es la capital del Reino de Jordania y la puerta de entrada vía aérea para la mayoría de los visitantes del país. Se trata de una ciudad grande, unos 4 millones de personas la habitan (una tercera parte de todos los habitantes del país) que al principio parece caótica pero que enseguida se nos aparece hospitalaria, acogedora y divertida. Nosotros la visitamos en tres medios días mezclados con visitas fuera de la ciudad (Amman funciona muy bien como campamento base para visitar el norte del país), pero os lo resumimos seguidos.

Para empezar, entendimos que la mejor manera de moverse por la ciudad era en taxi (no hay metro y el bus es poco práctico para el visitante). Hay dos tipos de taxi, el individual conocido como yellow taxi y el colectivo. Nosotros usamos siempre el primero ya que es barato y eficiente; por 4 o 5 dirhams (7 eur más o menos) te lleva a cualquier sitio, aunque hay que negociar el precio de antemano (el regateo es habitual y rebajar 1 dirham del precio de salida es lo habitual y aceptable).

El Teatro ante el Foro romano

El mejor punto de partida para visitar el centro de la ciudad es el Teatro romano. Se accede cruzando la bulliciosa Plaza Hachemita (edificada sobre el antiguo foro romano) Se trata de una majestuosa construcción horadada en la colina que data del siglo II d. c. y que albergaba a más de 6.000 personas. Está muy bien conservado y vale la pena visitarlo y subir a lo más alto de las gradas, cosa que tuvimos que hacer con cuidado ya que las paredes son bastante verticales. En los entresijos del teatro pudimos visitar dos curiosos museos de cultura y tradición jordana. A la izquierda del teatro se alza el Odeón, contemporáneo de éste pero mucho más pequeño y bonito y que se usaba para eventos musicales. Nos encantó la curiosidad que nos desveló el cuidador del sitio y que demostraba la perfecta acústica que diseñaron los arquitectos romanos: si dos personas se acuclillan a lado y lado de la base de la primera grada y una de ellas susurra unas palabras. ¡el otro lo escucha perfectamente!

La bulliciosa mezquita Al Husseimi

Girando a la izquierda desde la plaza del foro encaramos la calle Al Hashemi, la vía principal con tiendas de todo tipo nada turísticas y que lleva al verdadero centro de la ciudad: la plaza en la que se levanta la mezquita Al Husseini, la más antigua de la ciudad (no visitable para los no musulmanes). A su alrededor se despliegan los concurridos y pintorescos zocos, el de frutas, el de comestibles, el de ferreterías, el de vestidos, el del oro… Pero antes de internarnos en ellos y disfrutar de la acumulación de todo tipo de artículos, visitamos el Ninfeo, la gran fuente pública romana del siglo II que estaba en pleno trabajo de restauración.

El falafel del Restaurante Al Hasheem. ¡Me hubiera comido 6 platos!

Perpendicular a Al hashemi y a la altura de la mezquita discurre la calle Al Malek Faisal. Es la principal calle en cuanto a establecimientos tanto antiguos como modernos y a todo tipo de oferta gastronómica. Nosotros comimos el que dicen que es el mejor falafel de la ciudad (lo confirmamos), en el Hasheem Restaurant, un local auténtico, barato y muy frecuentado por los locales a juzgar de la cantidad de pedidos para llevar que se despachan, aunque sentarse en el patio con mesas compartidas es toda una experiencia. Nos dijeron que también se podía comer bien y barato en los pequeños restaurantes del callejón techado que se abre justo delante del edificio del Duke’s Divan (un edificio de los años 20 que ha sido un montón de cosas y que ha sido restaurado recientemente con muebles de la época), pero ya estábamos llenos, así que otra vez será.

Atardecer en Darat Al Funun

Después de comer, decidimos salir de la zona más bulliciosa de la ciudad y dirigirnos hacia el poco turístico Darat Al Funun que la Lonely Planet destaca como visita obligada. Un poco más allá del Hasheem Restaurant y subiendo la colina de la Ciudadela encontramos un bonito barrio de empinadas cuestas y de ambiente bohemio y artista. El edificio del Darat Al Funun es un espacio multifuncional de galerías de arte, biblioteca y talleres de artistas. Vale mucho la pena visitarlo no ya sólo por las exposiciones de su edificio principal sino por las importantes ruinas bizantinas que se alzan en el jardín la entrada y, por qué no, para tomarse un té en su terraza de imponentes vistas sobre la ciudad mientras se pone el sol, como así hicimos. Un oasis relajante en medio del bullicio del centro de la ciudad.

El Templo de Hércules

Capítulo aparte merece la Ciudadela. Situada en la más alta de las colinas y rodeada por 1700 m de murallas, se considera el epicentro de Amman. Había mucho que ver aquí, aunque lo más representativo son los restos del Templo de Hércules con sus imponentes columnas (nos hicimos una idea de su magnitud original contemplando los gigantescos restos de los dedos y el codo de la estatua de Hércules) y el magnífico palacio omeya y sus alrededores, destruidos a raíz de un terremoto. El palacio fue construido sobre las ruinas de una iglesia bizantina y conserva su planta en forma de cruz. También nos gustó el pequeño museo arqueológico que repasa 8.000 años de historia a través de piezas encontradas en excavaciones por todo el país. y por supuesto, nos extasiamos ante las impresionantes vistas de 360 grados de toda la ciudad. Eso sí, tuvimos que andar con cuidado de vigilar nuestras pertenencias ya que un pequeño ejército de chavalillos pululaba por la montaña con la intención de afanarle algo al turista despistado.

Interior de la cúpula

Lo último que visitamos en la ciudad fue la Mezquita del Rey Abdallah. Construida en los años 80, su rotunda cúpula turquesa de 35 m de diámetro es un punto característico en el paisaje de la ciudad y se puede ver desde gran parte de Amman. A diferencia de la mezquita del centro, la de Al Husseini, esta es visitable por los no musulmanes, aunque las chicas tienen que llevar una chilaba con capucha bastante peculiar llamada abayya que se proporciona en la entrada y que les da aspecto de monje medieval. El solemne interior, construido sin columnas, y la impresionante y mullida alfombra nos invitaron a la reflexión y a la meditación. El ticket de entrada venía acompañado por un cuadernito que nos explicó interesantes aspectos de la religión musulmana, aparte de informar sobre los datos de la construcción del edificio.

Jerash y el Castillo de Ajloun

Explorando los pasadizos del Castillo de Ajlun

La primera excursión nos iba a llevar a explorar el norte del país. Nuestro guía Ahmed nos llevó a unos 50 Km de Amman, a la ciudad de Jerash. Esta la visitaríamos un poco más tarde, ya que antes exploramos el majestuoso Castillo de Ajloun. Construido en el siglo XII por un sobrino del legendario Saladino, está situado a 1250 m de altura y domina el Valle del Jordán y otros wadis adyacentes. Contemplando las imponentes vistas desde sus murallas comprendimos por qué se constituyó en un baluarte defensivo contra las invasiones de los Cruzados. Abandonado tras la finalización de las cruzadas, quedó parcialmente destruido por las incursiones mongolas. Los mamelucos egipcios intentaron restaurarlo en los años posteriores pero fue dañado de nuevo esta vez a causa de importantes terremotos. Hoy en día se está llevando a cabo un costoso trabajo de restauración.

El Arco de Adriano

Tras visitar el castillo nos dirigimos ahora sí a la ciudad de Jerash. Conocida como Gerasa por los romanos, formó parte de la Decápolis, el conjunto de ciudades que formaban la frontera oriental del Imperio Romano. La importancia de la ciudad viene dada por sus impresionantes ruinas romanas, las más importantes y bien conservadas de todo oriente medio. Las ruinas de la ciudad de Jerash ocupan una extensión considerable: unos 7 Km2, y el tiempo medio para recorrerlas con calma se calcula en unas 3 o 4 horas. Accedimos a la ciudad por la puerta sur, atravesando el majestuoso Arco de Adriano, erigido en conmemoración a la visita que este emperador hizo a la ciudad hacia el año 129 d.C. Nos pareció una edificación impresionante, de 13 m de alto y tres arcos, aunque nos explicaron que llegó a tener dos pisos y a alcanzar los 25 metros de altura. Increíble.

Probado la acústica en el Teatro

El arco daba acceso al Hipódromo. No se conserva gran cosa de él salvo la gran extensión original del terreno de carreras de caballos (aurigas, bigas y cuádrigas) y una pequeña parte de las gradas originales y sus pasillos, aunque suficiente para que nos sintiéramos transportados al estadio en donde Ben Hur se las tenía con Mesala . Aquí nos explicaron una curiosidad: extrapolando se ha calculado que la capacidad del hipódromo era de 15.000 personas. Dado que los romanos construían estas zonas recreativas con un aforo para la mitad de los habitantes del lugar, esto sirvió para calcular que la Jerash romana llegó a tener 30.000 habitantes en las épocas de mayor esplendor. Dejando atrás el hipódromo se llega al complejo del Teatro Sur y del Templo de Zeus. Entrar en el teatro a través de sus estrechas puertas y pasillos es sobrecogedor, ya que te encuentras de repente la solemnidad de un gran teatro de piedra excavado en la montaña, con capacidad para 5.000 espectadores y perfectamente conservado en su primera gradería (tenía 2 en su origen). El templo de Zeus esta en gran parte derruido, pero algunas de sus columnas de 15 metros aún se erigen imponentes. Además, resultó un buen punto para contemplar la curiosa disposición del Foro desde las alturas.

Las columnas rojas del templo de Artemisa

A unos 500 metros del teatro nos encontramos con la joya de la ciudad: las ruinas del Templo de Artemisa. Sus imponentes 11 columnas corintias de granito rojo se elevan en lo que fue el pronaos del templo, ofreciendo una impresionante imagen cuando la luz del sol refleja en ellas. Tras pasear por el templo, sacarnos las correspondientes fotos y esquivar a los insistentes vendedores, bajamos la escalinata que conducía a la avenida columnada que corresponde al Cardus máximus de la antigua ciudad. Es evocador pasear por esta calle de 800 metros entre los ninfeos, vestigios de casas y antiguos templos y las columnas que los locales denominan anti terremotos (los vendedores se esforzaron en demostrarnos cómo se movían insertando una cucharilla entre los inmensos bloques de piedra; es muy curioso) La avenida desemboca en la peculiar plaza del Foro, ovalada, con sus dos pavimentos, el griego y el romano. Fue curioso ver cómo aprovechan los locales este gran espacio para sentarse, comer, charlar o dejar que los niños correteen.

Los Qasr del desierto y el Mar Muerto

Una de las suites de Qasr Al Kharranah

Nuestra siguiente jornada nos llevaría a unos destinos completamente diferentes ya que nuestro minibús puso rumbo hacia la carretera que lleva a Arabia Saudí para ver dos de los enigmáticos castillos del desierto. A una hora de Amman nos encontramos el primero de ellos, Qasr Al-Kharranah. No está claro qué función cumplía esta gran mole rectangular (10 metros de alto y 35 de lado) en medio de la nada del desierto, pero parece que estaba destinado a centro de reunión de mandatarios y a alojar caravasares, es decir, un hotel de la época más que para fortaleza defensiva. Fue interesante pasear por el gran patio central y por los pisos superiores recorriendo las antiguas habitaciones, todo bastante bien conservado, y pensar qué aspecto debería tener en el lejano Siglo VII, cuando se construyó.

Qasr Al Amra

A 15 Km del primero nos esperaba el segundo castillo, el de Qasr Al Amra. Como el anterior, tampoco es exactamente un castillo de cánones clásicos, si no que más bien se trataba de una residencia de campo o pabellón de caza que el hijo de un califa omeya se hizo construir en el siglo VIII (junto al Qasr discurría un arroyo que alimentaba a vegetación y animales). Mucho más pequeño que Al Kharranah, se compone de dos estructuras, una de ellas destinada a bombear el agua (aún se puede ver la noria y las cisternas) y la otra que en realidad era un hammam, con canalizaciones de agua caliente y fría. Pero lo que nos pareció realmente bonito fueron los frescos describiendo al detalle la vida ociosa y los placeres mundanos (caza, mujeres desnudas, baños, alegorías del alcohol, zodíacos), algo totalmente prohibido en la religión musulmana. Estos frescos son tan sorprendentes y están tan bien conservados que le ha valido a Qasr Al Amra entrar en la lista de la UNESCO de los lugares patrimonio de la humanidad

Haciendo el muerto en el Mar Muerto

Tras los castillos del desierto, tocaba cruzar el país de oeste a este hasta llegar al mítico Mar Muerto. Mucho habíamos oído y leído de este lugar tan especial, pero nada hacía justicia a la sensación que se experimenta al flotar en sus aguas. Nuestro pack de viaje nos daba acceso a una playa privada a través del Hotel Holiday Inn Dead Sea, lo que resultó bastante práctico ya que pudimos acceder a vestuarios, tumbonas, duchas y toallas. Y así pasamos la tarde flotando, intentando nadar (no se puede) embadurnándonos de barro (qué mal huele) y, en definitiva, gozando del momento y de la sensación única de estar en el punto más bajo del planeta, a 435m bajo el nivel del mar y rodeados de un paisaje agreste y sin vida, casi lunar. Pero para la próxima, nota mental, llevaremos chanclas: llegar hasta la orilla del agua fue un suplicio ya que la playa esta formada por piedras grandes que machacan bastante las plantas de los pies.

Madaba, Monte Nebo y Wadi Musa

Nuestro guía Ahmed en lección magistral sobre el Mapa en el centro de interpretación

Al día siguiente abandonamos nuestro campamento base en Amman para dirigirnos hacia el sur, hacia Wadi Musa, donde pernoctaríamos dos días para realizar la visita estrella del recorrido, Petra. Pero aprovechamos para hacer dos paradas en ruta: Madaba y el Monte Nebo. Mádaba es un pequeño pueblo cuya importancia viene dada por el impresionante mosaico de la iglesia de San Jorge. Se trata de una increible y precisa representación cartográfica de Oriente Medio, la Tierra santa y el Mediterráneo oriental confeccionada en el siglo VI por artistas de la civilización bizantina. Actualmente mide 16 x 5 metros y algunas partes están dañadas, pero impresiona pensar que llegó a medir 21 metros y contener hasta dos millones de teselas.

Además, el barrio que se extiende entre el aparcamiento de buses y la iglesia está formado por calles y callejuelas que albergan bonitas tiendas de artesanía y frutos secos y cafés acogedores.

El balcón sobre la Tierra Prometida.

A 10 kilómetros de Mádaba nos esperaba nuestra siguiente visita. Se trataba del Monte Nebo, un lugar de peregrinación religiosa ya que dicen que es el punto en donde Moisés tuvo una revelación y vio la Tierra Prometida. Realmente las vistas sobre el valle del Jordán son espectaculares (no es de extrañar que Moises viera la luz aquí), hay un monasterio bizantino en la cima con un interesante mosaico y un monumento conmemorativo de las tres religiones que comparten a Moisés como profeta, pero si no sentís un fervor religioso que os haga recorrer los santos lugares, sería una visita bastante prescindible. Eso sí, en ruta hacia Wadi Musa nuestro guía nos paró en un pequeño puesto de carretera para que probáramos un plato local, el maqlubeh, una especialidad de arroz especiado con verduras y pollo que se sirve al revés (se le da la vuelta a la olla al servirlo). Y aquí sí que valió la pena pararse, estaba realmente bueno.

El Tesoro de noche. Meh.

Ya por la tarde llegamos a la población de Wadi Musa. Se trata de una pequeña ciudad que vive de las ruinas de Petra y que ha crecido a su alrededor. Está plagada de hoteles para todos los bolsillos, desde los más baratos para mochileros en lo alto la montaña a los más lujosos que se concentran alrededor de la entrada al recinto. Nosotros escogimos uno a medio camino, tanto en distancia como en precio.

Para esa noche nos vendieron una experiencia fuera de programa: Petra de noche, es decir, caminar por el desfiladero a la luz de las velas y contemplar El Tesoro iluminado de la misma manera mientras se presencia un espectáculo de música popular y cuentacuentos. Bueno, es pintoresco, pero poco más. Y ahora, sabiendo de qué se trata, nosotros nos lo hubiéramos ahorrado y así hubiéramos visto el Siq y el Tesoro por primera vez por la mañana, en su máximo esplendor.

Petra

Por fin, llegaba la ansiada visita a la culminación del viaje. Petra. La increíble ciudad que los comerciantes nabateos excavaron en las paredes de la montaña de roca arenisca. Vaya por delante que sólo estuvimos una jornada, pero nos quedó la sensación de que hubiéramos necesitado dos o incluso tres días para visitarla a fondo y recorrer todas sus maravillas.

Salimos bien pronto por la mañana, con un frío fuera de lo común. Tras pasar la entrada donde se agolpan los puestos de los vendedores (nos quedamos fascinados con uno de látigos de Indiana Jones) se iniciaba la ruta: son 800 primeros metros de camino hasta la entrada del Siq que se pueden hacer a pie viendo las primeras tumbas o a caballo (va incluido en el precio de la entrada, aunque nos explicaron que siempre intentarán sacar una propina «para el caballo»)

El desfiladero del Siq

al final del camino, tras un puente y un túnel (que se puede recorrer, aunque nosotros no lo hicimos), aparece majestuoso el Siq. Lo que parece ser un cañón serpenteante es, en realidad, un gigantesco corte en la montaña de 1,2 Km debido a movimientos tectónicos. Sus paredes de 200 metros de altura parecen tocarse a lo alto y más cuando en algunos tramos la separación entre ellas es sólo de 2 metros. Es uno de los espectáculos naturales más bestias que hayamos presenciado, y para disfrutarlo y asimilarlo decidimos no apresurarnos por lo que estaba por llegar y disfrutar del paseo y poder observar los juegos de colores naturales de la roca arenisca debido a los caprichos de la sedimentación, los ingeniosos canales y tuberías tallados en la roca, los restos de esculturas o las hornacinas que contenían imágenes de divinidades nabateas. En un reciente excavación en la que se retiraron varias toneladas de sedimento, se dejó a la vista el pavimento de losas romano en ciertos tramos del Siq (bastante incómodo, por cierto).

El Tesoro (a la vuelta, cuando ya no quedaba nadie)

Y tras unos últimos recodos del desfiladero en los que el ambiente te va preparando para lo que vas a ver, llegamos a la explanada de Al-Jazneh, más conocido como el Tesoro, que se abre de repente al final del Siq. Por mucho que habíamos visto fotos o documentales de este famoso templo (o tumba, hay versiones de las dos hipótesis), ni mucho menos estábamos preparados para la magnificencia y solemnidad de esta construcción hipogea. Nuestro guía nos explicó la historia del Tesoro y la teoría de su construcción mientras lo contemplábamos en silencio reverencial. No estuvimos demasiado tiempo ya que había mucha gente y chiquillos revoloteando e insistiendo para que les acompañaras a verlo desde un punto elevado a cambio de una propina, cosa que por supuesto no hicimos. Ya habría tiempo a la vuelta para disfrutarlo con tranquilidad.

La Calle de las fachadas

Tocaba seguir adelante. Tras un pequeño desfiladero que se abre a la derecha del tesoro llegamos a la Calle de las fachadas, una excavación monumental en la montaña que contiene decenas de tumbas sin ornamentar. A continuación, al final del llamado Pequeño Siq se abría el Teatro, una construcción del siglo I también horadada en la roca que en su momento se llevó por delante muchas tumbas y cuevas al excavar la montaña para hacer las gradas. Entre la Fachada y el Teatro estaba señalizado el desvío hacia el Altar de los sacrificios, una ascensión de una media hora que discurre entre tumbas y obeliscos y que prometía una vista privilegiada (que no hicimos por falta de tiempo, y porque algo había que dejar para la próxima visita…).

El Portal de Témenos.

Tras el teatro, el valle se ensancha y comienza la ciudad propiamente dicha. A mano derecha pudimos vislumbrar las impresionantes Tumbas Reales, que dejamos para visitar a la vuelta, pero para entrar en calor entramos en una cueva en la roca a la que nos llevo Ahmed y que estaba convertida en tienda de artesanía / café a la manera del desierto, es decir con cojines y alfombras por el suelo. Ni que decir tiene que el café preparado a la árabe nos renconfortó (todavía hacía un frío que pelaba), y nos dio suerte ya que a la salida de la cueva comprobamos como empezaba a lucir tímido el Sol. Así que emprendimos el resto del camino hasta el final del valle paseando por la Avenida Columnada (el antiguo decumanus romano) que está flanqueada por ruinas de palacios, tiendas, ninfeos y baños y que remata en el solemne portal de Temenos, que separaba la ciudad del recinto sagrado. Tras él pudimos contemplar el Gran Templo con su monumental propileos y su pequeño teatro interior y, a continuación, el Qasr Al bint, o castillo de la hija del faraón, cuyos planta y muros están bastante bien conservados, y admirarnos de sus curiosas estructuras de madera anti seísmos. Eran ingeniosos estos nabateos.

El Monasterio Al Deir

Al final del valle, nuestro guía Ahmed nos dejó (tenía el día vago), citándonos para unas horas después en el aparcamiento de autobuses, no sin antes señalarnos el camino hacia la siguiente visita, la del Monasterio Al Deir, que en realidad fue concebida como tumba hipogea y que recibió ese nombre por el uso que hicieron los bizantinos siglos después. El camino no era fácil: se trataba de subir 800 escalones (escalón más o menos) montaña arriba por el revirado desfiladero. En la base de la montaña hay un servicio de burro taxis, que si bien a la subida puede ser útil, nos la desaconsejaron para la bajada, ya que los animales descienden a toda velocidad por el estrecho camino y es peligroso. Pero el esfuerzo valió la pena: aparte de que el camino es espectacular y que discurre por paisajes de formaciones geológicas increíbles, el Monasterio es una construcción aún más grande que el Tesoro (aunque menos ornamentada) que impresiona por su magnificencia y por lo insólito de su emplazamiento. Para los que aún teníamos fuerzas, la ascensión seguía hacia un mirador al que llegamos veinte minutos después y en el que se pudimos contemplar espléndidas vistas del Monasterio, pero aún más espectaculares sobre los valles al norte de Wadi Musa a vista de águila.

Los caprichosos colores de la Tumba de la seda

Al bajar tocaba reponer fuerzas. Y como no nos convencían los restaurantes «oficiales», nos metimos en un pequeño chiringuito hecho con cuatro palos y unas telas a modo de haima en donde nos ofrecieron un sencillo Hummus, pero muy rico y que resultó muy barato. Y ya con el estómago lleno nos dedicamos a explorar la parte norte de la ciudad: la iglesia bizantina, quizás el vestigio más moderno de los habitantes de Petra con sus delicados y perfectamente conservados mosaicos, y el Templo de los leones alados (leones que no supimos encontrar). Pero lo que más nos impactó fueron las Tumbas Reales, un impresionante conjunto de cuatro tumbas hipogeas visitables, cada una con su particularidad pero que no han podido atribuirse a ningún gobernante en concreto por la falta de evidencias arqueológicas, aunque se cree que fueron esculpidas en el siglo I. Se trata de la Tumba del Palacio, que posee la mayor fachada de Petra y que imita un templo griego, la Tumba Corintia que es la más dañada de las cuatro, la Tumba de la Seda, llamada así por los caprichosos y fascinantes colores y formas que compusieron los estratos de piedra arenisca, y la Tumba de la Urna, de varios niveles y terrazas superpuestas y que supone una fiesta para los fotógrafos.

Y ya tocaba volver, después de nueve horas de visita. No sin antes recrearnos y «stendhalizarnos» ante un Tesoro a esas horas prácticamente vacío y desandar el Siq maravillandonos ante uno de los caprichos geológicos únicos en el mundo. Y darnos cuenta de que nos quedaba mucho por ver. Por ejemplo, la puesta de sol desde el Teatro o desde el altar, que dicen es impresionante, hacer una ruta de senderismo (las hay fáciles, medias o difíciles), explorar el túnel de la entrada del Siq… así que no queda más remedio que volver. Al caer la noche, mientras meditábamos en lo que nos quedó por recorrer, nos tomamos unas bien merecidas cervezas (tan difíciles de encontrar en Jordania) en el espectacular y suntuoso bar del Hotel Movenpick, justo a la entrada del recinto. Se llama Al Madaad Bar y bien vale una visita por su suntuosa decoración, aunque pagamos las cervezas a precio de oro nabateo.

Una de las «tiendas» de Pequeña Petra

A la mañana siguiente, antes de iniciar nuestra ruta, despedimos Petra con una visita a la Pequeña Petra, llamada así en comparación con las gigantescas dimensiones de su hermana mayor pero a la que también valió la pena echarle un vistazo. Situada a una 15 Km de distancia, se trataba del recinto comercial de la ciudad de Petra, donde paraban caravanas y comerciantes a hacer sus negocios. Protegida por otro Siq, este más corto y a tramos excavado en la roca, no natural, pudimos ver en ella templos hipogeos y diferentes excavaciones que servían como estancias para viajeros o tiendas (se cree que aquí no se excavaron tumbas). Fue curioso también apreciar los sistemas de tuberías y cisternas que, como en Petra, recogían, filtraban y canalizaban el agua potable de la lluvia. A la entrada del recinto existe un camino que en 15 minutos te lleva a Al Beidha, unas ruinas neolíticas que datan del año 7.000 a. c. (unas de las más antiguas del Mundo). Casi no queda nada y es difícil hacerse una idea del conjunto si no eres arqueólogo pero bueno, resulta interesante

Wadi Rum

Dunas y rocas en Wadi Rum

Y sin más, nuestro minibús se puso en marcha hacia la última etapa de nuestro viaje jordano, el mítico desierto de Wadi Rum, aquél en el cual T. E. Lawrence se convirtió en Lawrence de Arabia uniendo a las tribus beduinas para que se levantaran contra el imperio otomano en la Primera Guerra Mundial. De hecho, la entrada al desierto y donde te recogen las pickups se realiza en la estación de tren, donde hay una réplica del tren turco (con su bandera y todo) que Peter O’ Toole sabotea en una de las escenas más recordadas de la película de David Lean. Como hemos dicho, dos pickups con la caja descapotada nos recogieron y nos dieron una vuelta por el desierto, parando en tres ocasiones para poder captar y vivir la magnificencia y la singularidad de un espacio único, tan árido y desolado que a veces recuerda el planeta Marte que vemos en las pelis o en las series. Una de las paradas la hicimos en una haima donde nos obsequiaron con un té (la hospitalidad beduina) y nos mostraron diferentes artículos de artesanía y bolsitas de infusiones por si queríamos comprar algo (la picaresca beduina).

Un paseo vespertino por el desierto

A las dos horas de viaje, que pasaron en un suspiro, los vehículos nos dejaron en el lugar en donde íbamos a pasar la noche, una especie de ressort con cabañitas y semiesferas con partes transparentes para ver la noche estrellada (no vale la pena pagar más por éstas; los miradores estaban sucios y la contaminación lumínica del recinto apantallaba las estrellas). Nos ofrecieron una excursión para ver unas formaciones de roca peculiares, pero preferimos salir por nuestra cuenta a dar un paseo a pie por las cercanías para contemplar la puesta de sol en el desierto: tanto el paseo entre dunas y formaciones montañosas extrañísimas como presenciar la caída del sol fueron unos espectáculos memorables que se nos quedaron grabados para siempre. No nos alejamos demasiado, ya que como nos explicaron las distancias en el desierto son engañosas y corríamos el peligro de que nos cayera la noche en medio de la nada, lo cual hubiera sido un bonito problema.

Y tras nuestra noche en el desierto de Wadi Rum nuestro viaje tocaba a su fin. Tenemos claro que volveremos a Jordania. Aparte de ser un país, acogedor, apasionante y rico como pocos en cultura e historia, nos quedaron muchas cosas por ver, como las ruinas de Umm Qays, los castillos de los cruzados, la reserva forestal de Ajlum, bucear en Aqaba, quizás saltar a Jerusalén… y, por supuesto, visitar Petra a fondo y como se merece exprimiéndola a tope en tres o cuatro días. Así que este post tendrá su segunda parte.

2 comentarios en “Jordania, más allá de Petra

  1. Avatar de Mila

    Me encantó Jordania, Petra en particular……. Pero estaría encantada de volver para verlo más tranquilamente, creo que Petra merece otra visita, porque la primera vez que lo ves alucinas tanto que no te da tiempo a recrearte y disfrutarlo como merece.

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