
Teníamos ganas de un viaje por Europa, no muy caro y no muy lejos de casa, y que pudiéramos visitar en cinco días. Y Malta resultó una decisión perfecta. Malta, la isla de la miel según su etimología, es un archipiélago situado estratégicamente en el centro del Mediterráneo. Sus dos islas principales, Malta y Gozo (con permiso de la diminuta isla de Comino) nos resultaron un lugar ideal para pasar estos cinco días de vacaciones, empaparnos de su potente historia de asedios, caballeros, batallas y dependencias varias, recorrer sus vestigios históricos y visitar los monumentos de todas las culturas que por ahí han pasado, pasear por sus agrestes paisajes y sus azulísimas calas y, sobre todo, enamorarnos de la potente personalidad que este pequeño país conserva. Malta nos encantó: no tenemos duda de que volveremos.
DÍA 1: SLIEMA
Llegamos al aeropuerto tras un cómodo vuelo desde Barcelona de menos de dos horas. El Aeropuerto Internacional de Malta es diminuto y, tras los trámites de rigor, salimos del aparcamiento con un Toyota de gama pequeña (gran acierto, como pudimos comprobar varias veces durante el viaje) y nos lanzamos a las carreteras de la isla, intentando adaptarnos lo más rápido posible a eso de conducir por la izquierda. Todo fue bien hasta alcanzar las cercanías de la capital, donde la confusión reina en forma de autovías, carreteras, carreteritas, rondas, calles cortadas, nuevos sentidos de la marcha y el google maps volviéndose loco. Pero bueno, a todo se acostumbra uno.

Habíamos escogido la ciudad costera de Sliema como campamento base un poco por descarte. No queríamos meternos en la zona de marcha de Saint Julian y Paceville, o en el centro histórico de La Valetta, peatonal, de difícil acceso e invadido todo el día por turistas y cruceristas, así que optamos por Sliema, la ciudad que ocupa una de las penínsulas de la costa que se sitúa entre las dos áreas mencionadas. La elección resultó acertada ya que Sliema, dejando aparte la concurrida zona del puerto y la horrorosa punta Tigne, es una ciudad tranquila, bonita, paseable y de la que disfrutar de acogedores bares y restaurantes. Y de la que nos llevamos una impresión agridulce, que ya os explicaremos a modo de epílogo.

De momento, y como primera toma de contacto, esa tarde noche dimos un paseo por su larguísimo frente marítimo e hicimos unas fotos en los llamados baños romanos, que no son ni baños ni romanos sino unas hendiduras en la roca que recogen el agua del mar y que se practicaron a finales del siglo XIX para poder bañarse de una manera cómoda en las playas de roca de Font Ghadir. Pero nos resultaron muy pintorescos y fue divertido recorrerlos saltando las pozas y haciendo las primeras fotos del carrete. Y ya al anochecer cruzamos la ciudad para tener una primera impresión de La Valetta by night desde el otro lado de la bahía. Ahí os dimos cuenta que la típica panorámica de La Valetta que aparece en todas las postales se hace, precisamente, desde Sliema.
DÍA 2: LA VALETTA Y LAS TRES CIUDADES

El segundo día tocaba despertarse prontito porque queríamos ser los primeros en la cola para algo que se nos antojaba imprescindible. En un alarde de imprevisión, al acceder a la web para comprar entradas para el Hipogeo de Hal Safieni nos llevamos la bonita sorpresa de que no había tickets disponibles… ¡hasta dentro de tres meses! Pero tras los primeros momentos de desesperación descubrimos que no todo estaba perdido: leímos en un blog que cada día a las 9 de la mañana se ponen a la venta tan solo 20 entradas para el día siguiente en el Fuerte Saint Elm en La Valetta (en las propias taquillas del Hipogeo también, pero es a partir de las 10 y siempre quedan agotadas a las 9 en Saint Elm) Así que a as 8:45 ya estábamos en la cola en el puesto número tres con el éxito garantizado.

Ese día lo proyectamos dedicar a visitar la capital, y para ello habíamos reservado un free tour mañanero. Así que, tras conseguir nuestro botín y mientras no daba comienzo, dimos una vuelta por el Fuerte, que alberga un importante Museo de la guerra y bajamos a la línea de playa, desde donde se divisa la entrada del estratégico Gran Puerto desde las Cabinas de Guerra, y en donde te empiezas a dar cuenta de lo presente que está aún el asedio y liberación de la isla en la Segunda Guerra Mundial. Paseamos por entre las coloridas casetas, hoy barracas de pescadores, nos hicimos fotos al lado del mural del los buques que protagonizaron la famosa Operación Pedestal, el desbloqueo del asedio de la isla por parte de la armada británica que tanta literatura ha suscitado.
Para llegar al punto de encuentro fijado en el Parlamento, en la otra punta de la ciudad debíamos cruzarla de punta a punta, pero dado que eso no lleva más de diez o doce minutos nos pasamos un buen rato curioseando por el casco histórico. De esta manera pudimos hacernos una primera impresión de La Valetta, de sus empinadas callejuelas peatonales que se vuelcan hacia el mar y de sus típicos balcones de madera multicolor, abundantes por toda la isla y que son herencia de su pasado árabe.

Entre el free tour y el paseo posterior por la ciudad aprendimos y vimos numerosas cosas. La historia que tiene ese diminuto enclave rocoso, de mil metros por seiscientos, es abrumadora y te sorprende a la vuelta de cada esquina. Para empezar, el casco antiguo es patrimonio de la UNESCO así que no se puede construir fuera de las normas, y las reformas de los edificios tienen que ser acordes a la estética histórica, respetando la omnipresente piedra de arenisca amarilla de la isla, tan difícil de conservar por su blandura. Todos los edificios están fabricados con bloques de esta piedra y reformarlos es una odisea, de ahí que hasta hace unos años los propietarios prefirieran abandonar las casas que reformarlas a un coste estratosférico. Eso cambió a partir del 2018, cuando la ciudad fue nombrada capital cultural europea y un buen porcentaje de las ayudas fueron a parar a las reformas de las viviendas.

Esa mañana pudimos ver el Parlamento, el único edificio moderno de la ciudad pero que resulta estar perfectamente integrado en el entorno, nada de brutalismo, los albergues de las 8 diferentes lenguas de los Caballeros de San Juan (dato curioso: las 8 puntas de la Cruz de Malta representan estas 8 lenguas), la Concatedral (de momento por fuera), los parques de las antiguas barracas militares desde donde se defendía el Gran Puerto y que constituyen las únicas manchas verdes de la ciudad, las ruinas del Palacio de la Opera, bombardeado en la II Guerra y hoy habilitadas para conciertos al aire libre, y recorrimos callecitas y plazas, la mas imponente de ellas la Plaza Saint George donde una placa recuerda la doble fecha de independencia del país: cuando se la otorgaron los británicos, en el 1964 y cuando se marcharon definitivamente abandonando el control del puerto, en el año 1974 que es cuando la celebran realmente. Curioso.

A la hora de comer, el ferry de línea nos cruzó la bahía y nos dejó en el puerto de las Tres Ciudades. Hoy en día están integradas en el área metropolitana de La Valetta, pero antes del asedio de los otomanos en el S XVI conformaron el primer asentamiento de los Caballeros de San Juan y eran tres ciudades independientes: Cospicua, Senlea y Vittoriosa. Siguiendo la recomendación de nuestra guía del free tour, comimos pescado fresco en uno de los bares del muelle de Senglea, afortunadamente muy lejos de las hordas de turistas que en ese momento se agolpaban en las terrazas que abarrotan las calles centrales de La Valetta, al otro lado del Gran Puerto

Después de comer nos decidimos por visitar la ciudad de Vittoriosa, llamada Birggu en la actualidad por sus vecinos. Aún conserva la fortificación intacta desde las épocas de los asedios turcos en el siglo XVI, y para entrar tuvimos que superar sus imponentes tres puertas defensivas. Dentro, nos aguardaba un laberinto de callejuelas y antiguos hostales de piedra amarilla de los Caballeros de San Juan, un poco a modo de versión miniatura de La Valetta pero mucho más tranquila y sin tanto turisteo. Todo ello rematado por el Fuerte de San Angel que se asienta en la punta de la península y que domina el Gran Puerto por el otro lado. De nuevo, las fortificaciones y las murallas nos dieron una idea del movido pasado de la isla.

De vuelta a la capital, subimos a los bonitos y tranquilos jardines superiores de Barakka (a pie ejercitando gemelos, nada de tomar el vertiginoso ascensor que usan los acomodados turistas) donde se conserva la batería de cañones defensivos que guardan el puerto y donde cada día se disparan dos salvas de aviso, a las 12 y a las 4 de la tarde. Se dice que es la tradición de la época en la que estos cañonazos marcaban el parón para comer y el fin de la jornada de los trabajadores de los muelles. Y para acabar el día en la ciudad, no podíamos obviar una visita clave: nos tomamos unas cervezas en el diminuto The Pub, antes llamado Ollie’s Last Pub ya que fue ahí donde el actor Oliver Reed, en un descanso de la grabación de Gladiator, se desplomó inconsciente y murió después de ganar una apuesta a unos marineros británicos a base de beberse 8 pintas de cerveza, 12 rones dobles y 14 chupitos de whisky. El pub está decorado, además de con insignias y planos navales, con fotos y camisetas que conmemoran al actor y su «hazaña». Ya dicen que las mezclas no son buenas.
DÍA 3: HAL SAFIENI Y SUR DE LA ISLA

Con las entradas del Hipogeo en la mano y más contentos que un niño con zapatos nuevos, nos lanzamos al caos de carreteras que bordean los núcleos costeros y, tras perdernos un par de veces (una de ellas acabando a las puertas del elegante cementerio de La Valetta) llegamos a la población de Tarxien, a pocos kilómetros de la Valetta. Como llegábamos pronto, nos comimos unos deliciosos pastizzi del obrador local. El tema de los riquísimos pastizzzi y sus variantes, el tentempié nacional de Malta merecería un post aparte. Estas pastas de hojaldre rellenas de ricotta o de puré de guisantes están tremendas, las encuentras por todos los rincones, son baratísimas y te salvan una comida tranquilamente.

Ya con el estómago contento nos dirigimos al Hipogeo de Hal Safieni con pocas expectativas de lo que íbamos a ver. Nos sorprendió el hecho de que estuviera en plena ciudad, cuando uno se imagina un templo hipogeo excavado en un montaña o en una cueva natural. Así que, tras ajustarnos las pantuflas de plástico para no dañar las milenarias instalaciones, pasamos al audiovisual que nos explicó que el complejo se descubrió hacia 1900 cuando un vecino agujeraba su sótano para instalar una cisterna de agua. Y por el hueco accedió de manera inesperada a una inmensa sala excavada en la roca.

El Hipogeo es un lugar impresionante. Un sistema de angostos pasillos desembocan en grandes salas excavadas en la roca a diversos niveles, algunas con pinturas que aun se conservan, y otras que recrean los templos megalíticos de la isla esculpidos en las paredes. Es un visita que te deja sin aliento y más cuando piensas que lo excavaron los habitantes de la isla del siglo IV a.c. sin más ayuda que toscas herramientas de piedra, y que esa civilización desapareció de la isla pocos siglos después sin dejar más rastro que este hipogeo y los templos megalíticos que aun se conservan en varios puntos de la isla. ¡Qué emocionante fue detenerse unos minutos bajo la bóveda, a varios metros bajo tierra, y contemplar esos trazos geométricos de tonos ocres que alguien pintó hace 4500 años! (NOTA: la imagen es extraída de su web. Con muy buen criterio, no permiten hacer fotos)

Aun sobrecogidos, nos dirigimos hacia el cercano pueblo costero de Marsaxlokk, a unos seis kilómetros al sur. Se trata de una población que aun conserva la tradición pesquera de la isla y que los domingos celebra un popular mercado de pescado fresco (que según nos contaron está a rebosar de turistas). Paseamos por el muelle, donde los luzzu, las coloridas barquitas de pesca que aun se usan para salir a faenar, le daban un toque muy fotogénico al puerto. Todo el paseo está jalonado de pequeñas terrazas que ofrecen pescado del día, y en una de ellas paramos a tomar unos mejillones que estaban realmente ricos. Algunos tenderetes te ofrecían pasajes en luzzu a las calas y cuevas cercanas, como la cristalina St Peter’s Pool, pero lo dejamos para otra ocasión.

La visita que teníamos pensado hacer esa tarde era la de los templos megalíticos de Hagar Qim y Mnajdra, también patrimonio de la UNESCO, pero decidimos tomar un pequeño desvío por la costa para llegar bordeando las grutas, una serie de pequeñas bahías de aguas turquesas y de gigantescos acantilados que rematan en la llamada Gruta Azul, una caprichosa formación rocosa donde un arco gigantesco erosionado por el viento y el mar conforma una curiosa arquitectura natural. También hay aquí barquitos que te llevan a recorrer las grutas, pero nosotros preferimos verlo desde el mirador al borde de la carretera donde un montón de gente afilaba sus selfies. Y nosotros entre ellos, por supuesto.

Unos pocos kilómetros por la costa nos llevaron hasta el destino final del día, los Templos megalíticos de Hagar Qim y Mnajdra. Separados por unos mil metros, se trata de unas agrupaciones neolíticas de grandes monolitos siguiendo unas plantas circulares y que se calcula que se construyeron hacia el 3000 a.c. El centro de interpretación del complejo, que nos pareció muy ilustrativo, nos dio una idea bastante buena de la historia y las características de lo que íbamos a ver, aparte de poder intentar construir un templo con bloques de poliestireno con resultados discretos.

Pasear por entre los gigantescos bloques de caliza a la caída del sol prácticamente solos (no es esta una visita muy popular, ellos se lo pierden) nos encantó. Se cree que los templos, sobre todo el inferior y más grande, el de Mnajdra eran, aparte de un lugar de culto, una suerte de calendarios solares. de hecho están perfectamente alineados con el primer rayo del Sol en el solsticio de verano y con la isla de Filfla, a pocos metros de la costa y que se cree era sagrada para los habitantes del siglo IV a.c. Nos quedamos admirados con el trilito de la puerta restaurada, que nos dio una idea de la magnitud original del complejo y que hoy en día es la imagen de los céntimos de euro malteses. E intentamos entender como funcionaba el calendario que a base de puntitos está grabado en algunas rocas del atrio interior.
DÍA 4: CONCATEDRAL DE SAN JUAN, MDINA Y RABAT
El segundo día nos quedó pendiente una visita en nuestro paseo por La Valletta: entrar en la Concatedral de San Juan. Así que la noche anterior compramos las entradas online (recomendable: te ahorras unas colas que pueden ser de hasta una hora, según nos contaron), y antes de dirigirnos al interior de la isla, que era lo que teníamos pensado para ese día, entramos en la Concatedral.

Nos habían advertido de la fastuosidad de su interior, que contrasta con la sobriedad de la fachada, pero poco nos imaginábamos lo que íbamos a presenciar. El suelo de la nave está cubierto en su totalidad por tumbas de mármol que parecen competir por cuál de ellas posee el más fantasioso diseño. Todos los prohombres de la orden de San Juan están enterrados (enlosados, más bien) aquí sin dejar un centímetro de suelo libre. Y a los lados de la nave principal se abren ocho capillas correspondientes a las ocho lenguas de los caballeros, a cual más fastuosa, con intrincadas estatuas y alegorías hechas de mármol y metales bruñidos. Se nos hizo evidente que en esos años, los caballeros atesoraban grandes riquezas ya que las monarquías europeas les pagaban mucho dinero por controlar esta estratégica isla. Este increíble interior lo remata un altar que recuerda un horror vacui, de lo ornamentado y decorado que esta. Una brutalidad de espacio.

Pero para nosotros, lo mejor nos aguardaba en la sacristía. Ahí un gran cuadro de Caravaggio. el maravilloso Decapitación de San Juan, preside un pequeño museo con obras de los mejores artistas del momento. Y es que el bueno del pintor, pendenciero como él solo, fue acogido en Malta por los Caballeros tras una de sus huidas de Roma a condición de que pintara para ellos. De ahí que la catedral posea el cuadro más grande que pintó Caravaggio y un segundo más pequeño que representa a San Jerónimo en otra de las dependencias. El pintor, como no podía ser de otra manera, acabó enfadado con los Caballeros y se marchó de Malta poco después, pero eso es ya otra historia.

Tras los despistes y desvíos de rigor a las afueras de La Valetta, un corto trayecto de coche nos llevó a nuestro siguiente destino, Las ciudades de Mdina y Rabat, en el centro geográfico de la isla. Mdina fue la ciudad más importante de la isla hasta la llegada de los caballeros, y la capital en la época de dominio árabe. Y uno diría que permanece casi intacta desde esa época, previa al siglo XVI. La entrada a la ciudad es imponente. Un puente de piedra salva el foso y atraviesa las gruesas murallas, que junto a sus bastiones, se conservan aún en perfecto estado. El puente nos llevó hasta la plaza de acceso a la población. A partir de ahí, callejeamos por el pequeño casco histórico, construido con la sempiterna piedra arenisca amarillenta, y parándonos para admirar las decoradas puertas, los palacios señoriales, los revirados callejones o las pequeñas plazas, que se abren a imponentes iglesias como la barroca Catedral de San Pablo (que no visitamos porque no teníamos ganas de pagar la entrada). Nos encantó pasear por Mdina, una ciudad que milagrosamente conserva intacto su pasado barroco y medieval.

Salimos de Mdina por una puerta lateral que atraviesa la muralla para llegar a nuestra siguiente visita: Rabat. Pegada a ella, Rabat es una ciudad que ha crecido a partir de los muros de Mdina y que nos pareció en un primer vistazo que se daba un aire a una ciudad del norte de África. Y lo primero que hicimos en Rabat fue lo primero que tocaba: visitar el que la Lonely Planet dice que es el mejor local de pastizzi de la isla, el obrador Is-Serkin. Nos reconfortó ver que el local estaba poblado por clientes locales, que es siempre una buena señal. No sabemos si son los mejores o no (no los probamos todos) pero lo cierto es que estaban deliciosos. La ciudad se preparaba para la fiesta de San José, el patrón de esta parte de la isla y que se celebraría al día siguiente. Y las calles nos recibieron engalanadas para la ocasión, con banderas y pendones y decoraciones multicolores por las fachadas. Dejamos atrás la plaza principal de la ciudad, presidida por la barroca iglesia de San Pablo y donde algunos lugareños echaban la tarde apaciblemente y nos dirigimos hacia nuestra siguiente visita, que estaba no muy lejos de ahí.

Y a ella llegamos. Se trataba de las Catacumbas de San Pablo (Se complementan con las de Santa Agata, que estaban cerradas ese día aunque no nos importó; sólo visitar las de San Pablo nos llevó toda la tarde) Poco nos imaginábamos lo que íbamos ver ya que a simple vista nos parecieron una serie de casetas en un gran jardín con unas escaleras que descienden en la tierra. Pero a la que bajamos un par de ellas nos dimos cuenta de la magnitud del sitio. En efecto, son decenas de angostas catacumbas excavadas en el primer milenio que aúnan tumbas cristianas, judías o paganas y que que son un laberinto de pasillos, salas, galerías y pozos, algunos de ellos no aptos para claustrofóbicos. aprendimos rápido que las que valen más la pena, ya sea por valor histórico o por espectacularidad estética están debidamente señalizadas.
No dejamos Rabat sin antes visitar una de las pastelerías más antiguas y tradicionales de la isla, la dulcería Parruççan, para merendar unos dulces especialidad de la casa.
DÍA 5: GOZO Y NORTE DE LA ISLA

Para el último día nos reservamos una excursión a la isla de Gozo, la hermana pequeña de Malta, así que nos dirigimos hacia el norte y en muy poco tiempo llegamos al ferry que regularmente sale del puerto de la población de Marfa. El acceso al ferry con el coche fue rápido y sencillo, así que nos dispusimos a disfrutar de la singladura que pasaba muy cerca de la diminuta isla de Comino, a la que se puede llegar en otro ferry, pero a la que dejamos para otra ocasión. Eso sí, pudimos ver sus tremendos acantilados y sus curiosas formas erosionadas por el mar y el viento.

Una vez desembarcado el coche, nos dirigimos hacia la «capital» de Gozo, la ciudad de Victoria. Ese es su nombre oficial, donado graciosamente por la reina Victoria en un jubileo, pero todos los locales la conocen com Rabat. Hasta llegar a ella atravesamos un par de diminutas poblaciones con unas catedrales gigantescas, sorprendentes en pueblos tan pequeños. Victoria/Rabat es una ciudad bulliciosa, viva, con un laberinto de callejones que desembocan en la plaza principal donde su catedral, dedicada a Saint George, nos recibió con un escándalo de campanas, curiosamente accionadas de manera manual (se podía ver a los campaneros en las espadañas). Tras el improvisado concierto, subimos hasta la ciudadela, una peqeña ciudad amurallada con una preciosa plaza de entrada y desde donde pudimos otear toda la isla desde sus murallas.

Tras abandonar Victoria nos planteamos ir hacia la costa oeste de Gozo, la más agreste de todo Malta y que en tiempos fue un punto turístico importante ya que la gente acudía en manada a hacerse fotos en la Azure Window, un delgado arco de roca erosionado por el mar. Pero ¡Ay! en 2017 una fuerte tormenta se lo llevó por delante y ya sólo quedan los restos del pilar y las grandes piedras bajo el agua. Asi que nos decantamos por una maravilla natural, el cañon Wied Il Ghasri. Se trata de una sinuosa entrada de agua del mar que es muy frecuentada por submarinistas y practicantes de snorkel y a la que llegamos tras un breve paseo después de dejar el coche en el aparcamiento. Lástima que acabara de llegar una excursión de chinos que se dedicaron a tirar piedras al agua. Pero se fueron tras sacar las correspondeientes fotos y pudimos disfruar del espectáculo natural con tranquilidad.

Siguiendo la costa hacia el este nos aguardaba nuestra siguiente visita, las Salinas de Zeebug (en su nombre vernáculo, Xwejni salt pans) Hubiéramos podido ir a pie porque estan muy cerca del cañon, pero el coche nos dio más agilidad de movimientos. Se trata de más de un kilómetro de excavaciones en la roca de la playa que sirven para recoger la sal del mar tras la evaporación del agua por la acción del sol y que aún hoy en día están en perfecto funcionamiento. Y que, con las baterías defensivas británicas que aûn se conservan, conforman un lugar muy fotogénico. Y muy poco visitado, por cierto.

Tocaba ya volver a Malta ( es nombre del país y también de la isla principal) Así que embarcamos el coche en el ferry -curioso, se paga a la vuelta, asi que si te quedas a vivir en Gozo tienes el trayecto gratis- e hicimos un par de visitas. La primera a la Fortaleza Roja, una construcción defensiva en lo alto de una colina y que parece un castilo de arena de los que construyen los niños (no lo visitamos por dentro ya que estaba cerrado). Y la segunda, y desde fuera, la Villa de Popeye, unos decorados que se mantuvieron tras el rodaje de la peli homónima y que ahora son una suerte de parquecillo temático bastante gracioso. Todo esto mientras nos cruzábamos a una buena cantidad de gente que se preparaba para la puesta de sol, una actividad muy popular por estos puntos de la isla.
EPÍLOGO: SLIEMA

Como explicábamos al principio, escogimos Sliema como campamento base para evitar La Valetta por el difícil acceso en coche y la zona de Saint Julian porque no nos apetecía caer e una zona de juerga juvenil. Así que, descartadas también las Tres ciudades, la elección lógica fue Sliema. Y Sliema resultó ser una muy interesante población de contrastes, donde puedes percibir una ciudad de la Malta tradicional, pasear por tranquilos barrios señoriales, disfrutar de pequeños bares de parroquianos o de restaurantes tradicionales, o puedes pasear por su precioso frente marítimo jalonado de baterías defensivas y baños públicos. Pero puedes a tu vez horrorizarte con zonas terribles como Punta Tigne, dedicado al consumo de masas, entristecerte ante el auge de las grandes construcciones de hoteles y «condos» que están sustituyendo a los antiguos palacios malteses, o puedes percibir el malestar de los locales ante el turismo descontrolado. Y a medio camino de los dos aspectos, se puede cruzar a la bahía este y disfrutar de los pubs y los restaurantes internacionales, si te apetece un poco de cosmopolitismo.
Lo tenemos claro, volveremos a visitar Malta y volveremos a quedarnos en la bonita Sliema. Más pronto que tarde.
