Uzbekistán, a través de la Ruta de la Seda

Hemos ido en: Mayo 2022

Hemos estado: 9 días

Hemos visitado:

  • Tashkent
  • Jiva
  • Bukhará
  • Samarcanda

Uzbekistan. El mítico país de la Ruta de la Seda. El sólo nombre del país o de sus ciudades legendarias nos evocan los tiempos en los que las caravanas cruzaban el territorio comerciando e intercambiando mercancías, guerreros mongoles conquistaban un imperio y levantaban construcciones maravillosas, o viajeros occidentales descubrían ciudades milenarias. Hoy en día, Uzbekistán es un país joven que se independizó de la URSS en 1991, musulmán pero laico, es decir, con libertad de culto, y que se empieza a abrir al turismo occidental (hasta ahora la mayoría de los visitantes son los propios uzbekos y gran cantidad de rusos) a la vez que se debate entre la modernidad, la arraigada influencia rusa y musulmana y sus raíces de un pueblo que en toda su historia ha sido punto de encuentro de culturas diversas. Por todo ello, vale mucho la pena visitarlo y descubrir un país apasionante y rico en historia, con bellísimos monumentos y ciudades cautivadoras, y con unas gentes amables y hospitalarias. Y os recomendamos que lo hagáis pronto, antes de que el turismo masivo descubra esta joya.

Las cúpulas uzbekas rivalizan en espectacularidad

Nuestro viaje comenzó en la capital, Tashkent, ya que prácticamente todos los vuelos internacionales llegan a esta ciudad, en nuestro caso con escala en Estambul. Tras un día para visitar la capital, viajamos en vuelo doméstico a Urgench para visitar Jiva. De ahí a Bukhará en un peculiar tren nocturno de reminiscencias soviéticas. Tras dos días de visita fuimos a Samarcanda en autocar y acabamos de nuevo en Tashkent dos días más tarde, a donde llegamos en tren de alta velocidad (el español TALGO). Recomendamos encarecidamente seguir este itinerario y no al revés (hay operadores que empiezan por Samarcanda) ya que de esta manera experimentamos un crescendo tanto en sensaciones como en la cantidad de estímulos.

TASHKENT

Llamada en Uzbeko Toshkent (lo vimos en muchos letreros escrito así), significa La Ciudad de Piedra. La capital del país nos sorprendió ya que es una ciudad de anchas calles y plazas y frondosos y extensos parques. Muchos de los edificios singulares son de la época soviética y siguen su patrón de construcción: son grandes y solemnes.

La Mezquita del viernes

Dado que tendríamos poco tiempo en la ciudad, fuimos directamente a visitar el complejo arquitectónico Hazrati Imam, verdadero epicentro religioso de la ciudad. Se trata de una amplia plaza ajardinada en la que pudimos ver el Mausoleo Kaffal Shashi, muy venerado al albergar la tumba del poeta, la elegante Mezquita del Viernes con sus estilizados minaretes de más de 50 m, el bonito edificio que alberga un venerado y antiguo Corán y nuestra primera madrasa, la de Barack Khan, una pequeña muestra de las maravillosas madrasas de las que íbamos a disfrutar en los días venideros.

Vendiendo carne bajo la cúpula

Tras un corto trayecto en el minibús visitamos el peculiar Bazar Chorsu. Se trata del gigantesco mercado central de Tashkent, donde hacen la compra sus habitantes, y que es una verdadera fiesta para los sentidos: en la parte baja de esta bonita edificación, bajo la cúpula que recuerda a las antiguas yurtas de los nómadas, se agolpan sobre todo los carniceros, dejando a los fruteros y verduleros alrededor del edificio. Nos recomendaron subir al piso de arriba, que rodea el mercado en una galería circular: ahí venden las famosas especias y frutos secos de la zona pero es también un privilegiado puesto de observación para ver la vida pasar en este mercado.

El Plof de Bukhará y una cerveza local

Hablando de comida, es buen momento para explicar de manera sucinta qué se come en Uzbekistán. El plato estrella se denomina Plov (o Plof) y es un salteado de arroz en su mayor parte con carne asada (ternera o cordero) y verduras, principalmente zanahoria cebolla y pimiento (ojo, bastante picante). Nos explicaron que había hasta 30 variedades de Plov dependiendo de la región o ciudad. Pero hay también una muy grande variedad de ensaladas, a la que sigue casi siempre un plato de sopa caliente (de fideos, de pollo, de picadillo…) para terminar con un plato de carne o bien empanadas y ravioli fritos o al vapor rellenos de carne o verdura. Todo muy rico y variado. En cuanto a la bebida, al ser un país musulmán pero laico, pudimos encontrar buenas cervezas y vinos locales interesantes. Y por supuesto, nunca falta el vodka en las sobremesas.

Tamerlán a caballo ante el soviético Hotel Uzbekistan

Por la tarde, y por eso de tener una idea de la ciudad ya que a la mañana siguiente partíamos hacia Jiva, nuestro guía nos dio una vuelta por las amplias plazas y avenidas de la ciudad. Pudimos ver el Palacio Romanov, Los inmensos hoteles soviéticos que actualmente están en remodelación (todo indica que el país se prepara para abrirse al turismo en breve), el Teatro Navoi o el desastre que perpetró el longevo presidente Islam Karimov (gobernó desde 1991 a 2016) en el parque frente al monumental Teatro de la Ópera talando los plataneros centenarios para que se pudiera contemplar su obra megalítica. Hoy en día se está intentando revertir la pifia plantando nuevos árboles. Cosas de megalómanos. También vimos la gigantesca estatua ecuestre del héroe nacional Tamerlán, mítico personaje que nos iba a acompañar a lo largo del viaje.

JIVA

A la mañana siguiente temprano tomamos un vuelo doméstico que tras una hora y cuarto de viaje nos dejó en el diminuto aeropuerto de Urgench, Una población a 35 Km de Jiva y que se conecta a ésta por una carretera sin una sola curva. Curiosidades de la estepa.

Una caravana llega a Itchan Kala

La sensación que tuvimos al entrar en el recinto amurallado de Jiva fue la de retroceder en el tiempo unos cuantos siglos. Y es que el barrio de Itchan Kalá, intacto desde hace cientos de años, te retrotrae a la época en la que las caravanas atravesaban la ruta de la seda y hacían parada en esta ciudad, que era un conocido mercado de intercambio de esclavos. No en vano todo el conjunto está protegido por la UNESCO. Nos encantó callejear por Itchan Kalá. Sus estrechas calles, sus edificios en tonos marrones de adobe y ladrillo, entrar en sus edificios, sentarnos para contemplar a la gente, tomar algo en una terraza, comprar en sus tenderetes, fue un lujo. El que comparó este paisaje con el de un decorado de un planeta perdido de la saga de Star Wars no iba nada desencaminado.

El inconcluso Kalta Minor

La ciudad antigua de Jiva es un recinto totalmente peatonal rodeado por una muralla de más de 2000 m hecha de adobe y que se puede recorrer. Tras su puerta principal nos encontramos con el impresionante minarete truncado Kalta Minor, verdadero símbolo de la ciudad. Se trata de una inmensa mole policromada a base de teselas de mayólica en tonos azules y turquesas colocadas respetando la geometría zoroástrica. Se proyectó para ser el más alto de toda Asia y tenía que llegar a los 80 metros, pero la muerte del emir Mohamed Amin Khan en 1855 detuvo la construcción en 30 m (en esta cultura, cuando un dirigente moría no se continuaban los proyectos). Nos impresionó imaginar lo que habría sido si se hubiera completado.

A los pies de Kalta Minor se extiende el inmenso edificio de la Madrassa Mohamed Amin Khan. Se trata de la madrasa más grande de toda Asia Central, hoy en día reconvertida en hotel, y si bien su fachada no es tan espectacular como otras madrasas de Bukhará o Samarkanda, su patio central con unas galerías a doble altura resulta imponente. Este patio central se puede visitar aunque no nos hospedemos en el hotel.

Vistazas desde las terrazas de la fortaleza

Delante de la Madrassa se levanta el complejo del Castillo de Jiva, Kunya Ark (Ark es el nombre que en idioma turcomano designa a una fortaleza o castillo). Aparte de las diferentes estancias, lo que nos impresionó es el magnífico aiwan (el porche soportado por altísimas columnas de madera finamente talladas) decorado con murales de cerámica turquesa y celeste imitando alfombras, y la plataforma circular pensada para instalar una yurta (la tienda de los nómadas) por si se presentaban visitantes inesperados. Y algo que nos gustó mucho: Saliendo del patio del aiwan encontramos una habitación con unas empinadas escaleras. No fueron fáciles de subir, pero la recompensa fue importante ya que llevan a unas terrazas superpuestas, en su día de vigilancia, que permiten una espléndida vista de todo el barrio de Itchan Kalá.

Tnderetes de artsanía a la sombra de Tosh Hovli

En la esquina noroeste del recinto, al final de la calle, se construyó otro ark a imagen y semejanza del primero pero mucho más grande y laberíntico, el palacio Tosh Hovli. Valió la pena visitarlo ya que cuenta con un patio con cinco aiwan y lo que en su momento fue el haren del khan.

Perdiéndose en un bosque de columnas

Y lo que nos pareció una joya que casi nos pasa desapercibida: la Mezquita Juma, que data del siglo X. Situada entre los dos arks y tras unas puertas originales minuciosamente labradas, se abre un increíble patio de 212 columnas de madera, un hipnótico bosque artificial. Se da la particularidad de que fue uno de los pocos edificios de la ciudad que no arrasó Gengis Jan tras tomarla, ya que lo utilizó como caballerizas para las monturas de sus huestes.

La cúpula del mausoleo Pahlavan Mahmoud y las tumbas anejas.

Nos quedaba una visita, quizás la más importante: la cúpula verde del Mausoleo Pahlavan Mahmoud se puede ver desde todo el barrio: se trata de la tumba del mítico héroe local, luchador imbatido, poeta y filántropo (todo eso y más) que es venerada por los lugareños ya que es el patrón de la ciudad. Aparte de esto se trata de un precioso recinto compuesto por patio, aiwan y mezquita, y un concurrido pozo de abluciones con un agua milagrera (no nos atrevimos a imitar a los peregrinos que beben todos del mismo vaso ya que apreciábamos mucho la integridad de vuestro estómago). Fue curioso también ver el gran número de tumbas que se amontonan a su alrededor: se tenía la creencia de que ser enterrado cerca de la tumba del santo facilitaba el ingreso al paraíso.

Escogiendo alfombras frente al Islom Kodja

Y ya tocaba cenar, así que nos dirigimos hacia el interior de la ciudad, hacia la encantadora placita que alberga la mezquita y el minarete Islom Khodja, este sí completito, y que se eleva 44 metros sobre los tejados de Jiva. Resultó una buena idea: nos encantó comer mientras veíamos cómo el atardecer jugaba con su luz en los mosaicos de mayólica.

BUKHARÁ

Nos desplazamos desde Urgench a Bukhará, siguiente etapa del viaje, en un peculiar tren nocturno. No sé si me influenciaron los relatos viajeros y las películas, pero los trenes del trayecto transiberiano no deben ser muy diferentes a este. Nosotros cogimos primera clase (es bastante económico) que consiste en compartimentos de dos asientos – cama, pero los hay de segunda (cuatro literas) y de tercera clase (directamente asientos). En 8 horas a través del desierto del Karakul y viajando paralelos a la frontera con Turkmenistán nos plantamos en la ciudad de Bukhará.

La guía Lonely Planet advierte de que hay que visitar la ciudad sagrada de Bukhará con precaución para que las partes no nos hagan perder el todo. Tienen razón. Y es que hay tantos estímulos en esta ciudad, que se corre el riesgo de perder de vista el todo por las maravillosas partes.

La perfecta simetría zoroástrica del Mausoleo Ismail Samany

Nuestra primera visita fue el interesante Mausoleo Ismail Samany. Construido en el siglo X, escapó a la destrucción generalizada de Gengis Jan cuatro siglos después gracias a haber quedado enterrado en las arenas del desierto. Es el único monumento de la dinastía samánida que pervive y, como tal, es uno de los más apreciados de toda Asia central. Ubicado hoy en día en un parque, impresiona contemplar lo intrincado de su construcción de ladrillos colocados en todas direcciones y sus ornamentos de piedra que evocan la religión zoroástrica (el cuatro y el cuadrado son símbolos sagrados, así como sus múltiplos). Unos metros más allá del mausoleo se levanta una curiosa edificación, el mausoleo Chasma Ayub de peculiares cúpulas cónicas que alberga un pequeño museo del agua, donde pudimos comprobar el terrible desastre perpetrado en el mar de Aral a causa de la irrigación de los campos de algodón a base de canales, en la época soviética.

Kyoja Nassredin guarda la madrassa Nadir Divan Begi

El centro de la ciudad es la plaza Labi Hauz (significa «alrededor del lago»). Bukhará llegó tener 55 estanques interconectados por canales, de los que sobreviven media docena y este es uno de ellos. Está rodeado por dos madrasas y un hotel para los derviches (los monjes – maestros). La Madrassa Nadir Divan Begi tiene una fachada a doble altura que es una obra maestra de decoración. Una curiosidad: delante de la madrassa nos topamos con la estatua de un tipo montado en un burro: se trataba de Kyoja Nasrredin, un célebre personaje local protagonista de leyendas populares que atrae a multitudes que se hacen fotos a su alrededor. Labi Hauz es un sitio muy frecuentado por los lugareños al atardecer ya que está rodeado de terrazas donde tomar el típico té… o algo más fuerte.

Alrededor de Labi Hauz también pudimos visitar antiguos y curiosos caravasares (hoy transformados en una acumulación de tiendas de artesanía, o el antiguo barrio judío y su sinagoga, que sospechamos que muy pronto acabará reconvertido en hoteles boutique. Al tiempo.

El tramposo Char Minor.

Antes de emprender la visita «oficial», salimos de la ruta y callejeamos un poco para descubrir la curiosa edificación del Char Minor. Curiosa porque no es ni una mezquita, ni un caravasar, ni una madrasa (se cree que fue la entrada de una de ellas). Y para acabar de despistar al personal, su nombre en tayiko se traduce por «cuatro minaretes», cuando en realidad lo que tiene son cuatro torres ornamentales. Da igual, resultó un sitio encantador (no en vano es uno de los símbolos de la ciudad). Delante del Char Minor descubrimos un tenderete que albergaba una verdadera memorabilia nostálgica del los tiempos de la URSS. Nos dieron ganas de comprar un buen montón de insignias y medallas del ejército rojo, que se vendían casi al peso.

Seguimos la calle principal desde Labi Hauz y llegamos a un cruce cubierto por un gran cúpula: se trata de el primero de los mercados. En efecto, los tres mercados cubiertos se suceden en tres solemnes cúpulas conectadas por calles que hoy ocupan tenderetes que venden artesanía local y tiendas que se dedican más o menos a oficios artesanales (nosotros fuimos a un taller de confección de papel de seda pero lo encontramos totalmente prescindible). Los tres mercados antiguos estaban dedicados al intercambio de monedas (el primero), a las pieles y los gorros (el segundo) y a la joyería (el tercero)

Las estalactitas de la madrassa Ulughbek

Detrás del tercer mercado está lo gordo. A la izquierda de la plaza se halla el complejo de la Mezquita Po i Kalan y el espectacular Minarete Kalon. Nosotros llegamos al atardecer, en la «golden hour» y ver el juego de luces en las fachadas de las madrasas y en minarete fue un momento memorable, asi como escuchar la última llamada a la oración estando casi solos en el lugar. Pero no nos entretuvimos demasiado ya que volveríamos al día siguiente. En cambio, nos dirigimos al otro lado de la tercera cúpula donde las madrasa y la mezquita Ulugbek (este nombre se repetirá en el viaje) compiten en solemnidad una enfrente de la otra.

La mezquita de Bolo Hauz y sus columnas

Al día siguiente nos íbamos a embarcar en el TALGO (sí sí, el TALGO español es el tren uzbeko de alta velocidad), pero la mañana aún daría para varias visitas. Por lo pronto empezamos por la Mequita Bolo Hauz, también llamada la de las 40 columnas (un poco tramposo: son 20 reales y 20 reflejadas en el estanque de delante). Precisamente las columnas de madera del aiwan y la intrincada ornamentación de los capiteles son las que la hacen que la mezquita sea interesante.

Cruzando la avenida nos encontramos con otro de los puntos fuertes de la ciudad. Se trata del Ark, la fortaleza y residencia de los caudillos del Janato de Bukhará construída en el siglo V. Una curiosidad: dado que se trataba de una construcción defensiva, se tuvo que edificar en una colina artificial de 30 metros de altura. El Ark es un complejo gigantesco, de unas 4 Ha que engloba palacios, museos, mezquitas y una suntuosa sala del trono.

La suntuosa fachada de la madrasa desde la puerta de la mezquita.

Y ahora sí, un cochecito eléctrico nos llevó a la joya de Bukhará: La plaza que alberga l monumental minarete Kalon, la Mezquita Po I Kalan y la madrassa Mir I Arab. El minarete impresiona, y más si pensamos en el motivo por el cual fue construido. Sus 48 metros de altura servían como faro para las caravanas que cruzaban el desierto cuando un fuego ardía en su cumbre y se podía divisar desde más de 30 Kms de distancia. Pero tras acostumbrarte a la magnificencia del minarete, nos empezamos a dar cuenta de lo maravillosas que son las fachadas gemelas de la mezquita y la madrasa. Y aún más impresionante es el perfecto patio de la Mezquita (a la derecha del minarete) por el que vagamos y nos extasiamos hasta perder conciencia del tiempo.

SAMARKANDA

Nada te prepara para lo que vas a ver en la mítica ciudad de Samarkanda. Por muchos documentales que hayas visto, fotos que te haya enseñado, reportajes que hayas leído, todo se hace pequeño cuando entras en el Registán, uno de esos sitios únicos en el mundo. Pero ya llegaríamos a ello. Al llegar tarde a la ciudad, nuestro guía nos ofreció ir a ver el espectáculo de luces y sonido que se proyecta por las noches en los míticos edificios, cosa que declinamos ya que que queríamos que nuestra primera impresión del fastuoso Registán fuera a la luz del día. Y sospecho que acertamos.

La cúpula estaba en restauración. Meh.

Así que nuestro primer contacto con el primero de los «big four» de la ciudad fue el impresionante mausoleo Gur e Amir (en persa, la Tumba del Rey), lugar en donde está enterrado el mítico general mongol Tamerlán, que en el siglo XIV conquistó un imperio que ocupó medio continente y creo una dinastía de grandes gobernantes (nos advirtieron: a los locales no le gusta nada el nombre de Tamerlán, que significa «el cojo» y les suena despectivo. Así que en todas partes lo vimos escrito como Amir Timur). Gur e Amir es un edificio magnífico: La puerta de entrada con sus estalactitas, que enmarca su única e inmensa cúpula turquesa de 64 nervaduras es una de las imágenes más icónicas del Asia Central. Pero si el exterior es imponente, el interior resulta sobrecogedor: sus cúpulas forradas de pan de oro («¡mucho oro!», exclamó un embajador de Castilla) se combinan con el juego de teselas celestes. También pudimos ver las tumbas de la dinastía Timúrida, entre ellas la de Tamerlán, recubierta de jade verde.

El legendario Registán

Y ahora sí, tocaba hacer por fin la visita más esperada del viaje. El legendario Registán. En turcomano, esta palabra significa «Lugar de arena» y se aplica a algunas plazas de diversas ciudades, aunque es el de Samarcanda el más magnífico de toda Asia Central y me atrevería a decir uno de los lugares más majestuosos del mundo. La perfección de sus edificios y su solemnidad nos trasladaron a los tiempos de la ruta de la seda, ya que este conjunto, ejemplo perfecto de arquitectura timúrida está intacto desde el siglo XVII. Enfrentadas a uno y otro lado de la plaza se levantan las madrasas gemelas de Ulug Begh y sus mosaicos con motivos astronómicos (Ulugh Beg, nieto de Tamerlán, fue un importante astrónomo) y la de Sher-dor, con mosaicos de leones y gacelas, y soles antropomorfos, rara avis en el arte musulmán. Entre ellas, la madraza Tilya Kori y su bonita cúpula turquesa. Las tres mezquitas son visitables y vale la pena pasear por sus preciosos patios rodeados de las celdas de los estudiantes, hoy en día reconvertidas en pequeños puestos de artesanía.

El gigantesco iwan de la mezquita Bibi Khanum desde el mausoleo.

Un bonito paseo arbolado que discurre a los pies de la gran estatua del presidente Kharimov nos llevó a la gigantesca mezquita Bibi Khanum, otro de los hits de la ciudad. De hecho, esta mezquita es una de las más grandes de Asia y cuenta con un imponente iwan (el porche abovedado) de entrada de más de 35 metros de altura decorado con teselas azules. Construida en el año 1400 en honor a una de las esposas de Tamerlán, quedó casi totalmente en ruinas hasta que el gobierno soviético la reconstruyó en parte en el siglo XX. Sus 3 cúpulas turquesas, dos más pequeñas y una gigantesca nervada, dominan toda la ciudad. El patio interior cuenta con un gran atril de piedra que sostenía un Corán sagrado (ahora guardado en la mezquita del Viernes de Tashkent, de la que hablamos al principio) y cuya leyenda es hacer que las chicas que pasan bajo él quedan embarazadas. Hoy en día, para evitar accidentes, está cubierto por una urna de vidrio, así que las chicas dan vueltas a su alrededor (no lo probamos, por si las moscas).

Después de dar una vuelta por el caótico y peculiar Bazar Siab y subir al coqueto Mausoleo de Bibi Khanum, enfrente de la mezquita (a la que, curiosamente, da nombre y no al revés), nuestro guía nos llevó a comer al restaurante del hotel Bibikhanum, anexo a la muralla sur de la Mezquita. No se come mal, pero la gracia del sitio es la espectacular vista que desde la terraza superior de madera se tiene de la gigantesca cúpula: está tan cerca que parecía que se iba a derrumbar sobre nuestras cabezas.

Cúpulas, minaretes e iwanes en el Registán

El resto de la tarde y del anochecer, aparte de visitar la majestuosa Estatua sedente de Tamerlán, de 9 metros de alto (no fue fácil acercarse ya que está en una rotonda con mucho tráfico) lo dedicamos simplemente a estar en el Registán. Contemplarlo, pasear por sus patios, sacar algunas fotos… Sabíamos que era un momento único en un lugar mágico y al que difícilmente regresaríamos y quisimos tomar apuntes mentales para poderlo recordar para siempre.

El último día en Samarkanda nos reservaba otra gran visita. Pero antes subimos a la colina donde se levanta el Observatorio de Ulug Begh, el nieto astrónomo de Tamerlán. En él se conserva parte del gigantesco sextante que el científico usaba para observar los cielos. Aparte, hay un museo que narra la historia de la ciencia en Asia Central. Bueno, un sitio curioso pero sin más.

Empacho de azul en el Shah I Zinda

Lo grande del día nos esperaba un poco más allá. Se trata de la espectacular Avenida de los Mausoleos o Shah i Zinda (en persa, El rey vive), el cuarto conjunto del Big Four. Tras una gran puerta de entrada, una escalera lleva a una calle que se encarama a una colina. Esta calle está flanqueada por diversos mausoleos de santones, emires y dignatarios de los siglos XIV y XV que rivalizan en belleza y solemnidad. Las decoraciones interiores y las cúpulas son una maravilla mientras que las fachadas están decoradas con filigranas de mayólica. El final de la calle nos pareció una locura: desemboca en una plaza donde tres grandes mausoleos cierran la avenida en una borrachera de mayólicas en mil tonos de azul, fachadas, puertas, columnas…

Esa tarde, un tren TALGO nos llevó de vuelta a la capital, Tashkent, en donde al día siguiente tomaríamos un vuelo de regreso a casa. Habían sido nueve días en un país sorprendente y apasionante, tanto por su espectacular patrimonio arquitectónico, como por su cultura, su historia y su tradición. Uzbekistán es un país muy desconocido que lucha por dejar de serlo y abrirse al mundo. Una tierra de gente amable y acogedora que están encantados de recibir a los visitantes (no os extrañe si os piden haceros fotos con ellos, o practicar un inglés aún un poco vacilante). Nos quedaron ganas de recorrer otros sitios de Uzbekistán, como el Valle de Ferganá, las ruinas de Urgench, Shakhrisabz o el malhadado Mar de Aral, aparte de visitar más países vecinos de la región, como el inhóspito Turkmenistán, o el acogedor Kirguistán. Quizás sea la ruta de un próximo viaje al Asia Central. Quién sabe…

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